Dijo una vez el poeta que
promesas no son promesas si no cuesta lo ofrecido. Me contaron que siendo muy
niño, por razones de trabajo, llegó la Semana Santa sin poder regresar a
orillas del Guadalquivir. Siempre volvíamos por aquellas fechas al hogar, para respirar
esa fusión de azahar, incienso y cera que existe en Andalucía. Pero en aquella ocasión
no fue posible. Mi padre nunca hablaba de ello, pero mi madre me explicó que aquél
Miércoles Santo, cuando llegó la hora en que la cruz de guía debía pisar las piedras
de Capuchinos, él se enclaustró en la celda de su cuarto y no volvió a salir hasta
la mañana siguiente. Siempre pensé que debió ser duro, pero que quizás no fue
lo suficientemente fuerte para afrontarlo, que en realidad “no era para tanto…”;
hasta aquel extraño sueño…