Recuerdo, Padre Mío, el caminar poderoso de tu cuadrilla avanzando por María Auxiliadora, y glorificando la madrugada del Viernes Santo, con tu barrio poblando la plaza de sus mayores y la esencia talegona mezclando sus aromas con el azahar de los naranjos. Y recuerdo una marcha empapando nuestras entrañas con el deseo irrealizable de sanar tus heridas... ¿Cuántas veces he rememorado aquél instante imposible de repetir?. ¿Cuántas he soñado con tu imaginero, con las manos que tallaron tu figura y me he preguntado en qué lugar de su espíritu habitaba la semilla de la fe que te engendró?. ¿De qué fuente de la otra orilla del océano manaba el agua del altar de sus devociones? ¿Plasmó en Tí el dolor de todo un pueblo que sufría su condena?