Avanzas lenta y pesadamente con el madero de
nuestras tribulaciones y cada centímetro que derramas en tu agonía se convierte
en sendero de martirio para los corazones que laten al compás de la granadera
que te conduce al Gólgota de la injusticia. El sudor humedece tu bendito rostro
mientras tus rodillas se niegan a obedecer tu férrea voluntad de cumplir la
promesa de los Cielos. De pronto, sin saber de dónde, una mujer abriendo paso
entre el gentío, ahora jauría, ahora dolor penitente, se acerca a tu Majestad
para limpiar tu semblante con el lienzo de sus oraciones… ¡quién pudiera borrar tu
martirio como se difuminan los regueros de sangre que se derraman por tu
frente!… ¡quién pudiera alejarte de todo el sufrimiento inhumano que atormenta tu
cuerpo dolorido!... ¡quien pudiera arrojar el contenido de este cáliz de muerte al
sumidero del olvido!… ¡quién pudiera convertir este atronador caos en silencio
celestial… y en Paz!…