Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al
atardecer, José de Arimatea, miembro notable del Sanedrín, que también esperaba
el Reino de Dios, tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al
centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el
centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana y bajó el cuerpo
de Jesús. Mc 15 42-46
En tu presencia Señor, entre los tuyos, contemplándote calladamente mientras te bajan de la cruz de tus tormentos. Dice el relicario de mis creencias que al morir, descendiste a los infiernos. Pero Tú no llegaste el averno cuando te capturó la muerte, sino desde el mismo instante en que viniste a este planeta ingrato, en aquél humilde pesebre… una gélida noche de diciembre, frente al mundo ignorante e indiferente. Y por él caminaste hasta tu martirio por el rechazo, el odio y el miedo del poder establecido al que te negaste a rendir pleitesía. Miedo a quien hace temblar el suelo bajo sus pies; a quien hace tambalear los pilares del santuario de sus miserias; miedo a quien sacude el trono de su avaricia.