Un año más los egabrenses cumplieron con el rito de bajar a su patrona, María Santísima de la Sierra Coronada, desde su santuario hasta la localidad. Eran las cuatro de la tarde cuando las dos campanas que cuelgan de la espadaña de la ermita taladraron el aire con giro estruendoso para anunciar la salida de la venerada imagen por la histórica puerta de piedra. Una difícil maniobra, muy bien coordinada -los costaleros más experimentados suelen ocuparse de realizarla-, sirvió para poner a la Divina Serrana en los exteriores de su morada para iniciar, entre vítores y palmas, su tradicional Bajá.
Desde primeras horas de la mañana, la Hermandad de San Rodrigo Mártir y Costaleros de la Virgen de la Sierra se ocupó de que ningún romero se quedara sin la posibilidad de subir hasta el Picacho para participar en esta multitudinaria expresión de fe. El servicio de lanzadera de autobuses funcionó hasta una hora antes de la salida de la Virgen, momento en que los propios costaleros fletan el último convoy para llegar con el tiempo justo de comer y beber algo antes de asirse a sus varales.
La Señora recuperaba una estampa romera perdida en las últimas décadas, ya que para la ocasión lució un valioso manto azul tejido en plata "que es uno de los más antiguos de cuantos posee la Virgen", según su vestidor, José Luis Osuna, pues data de 1779. Los motivos florales que presenta le han hecho ser bautizado por el acerbo popular como el de los claveles. El Divino Infante también iba de estreno, ya que lucía la cinturilla bordada en oro que, hace apenas dos semanas, el Ayuntamiento de Cabra le regaló a modo de recuerdo del acto anual de presentación de la Corte de Honor y la pregonera de las Fiestas.