El edificio religioso emerge en el universo arquitectónico con una doble dimensión: por su hermosura incuestionable y por su singularidad.
La Catedral de Córdoba sobresale en el universo de la arquitectura no solo como uno de los monumentos más hermosos levantados por la Humanidad, sino como uno de los más singulares, «distintos». Tiene su origen, como es sabido, en una iglesia dedicada al mártir cristiano Vicente levantada en época romana imperial o tardo romana, por lo que cuenta con más de 18 siglos de vida. Un edificio siempre, ininterrumpidamente, dedicado a rezar a Dios.
Como bien sabe cualquiera interesado en la conservación patrimonial, para el mejor cuidado de un edificio histórico, es un principio básico la conservación de su uso, cualquier cambio de función arrastra una desnaturalización extraordinariamente perjudicial para todos sus valores, tanto los estéticos, su belleza, como los documentales, la narración de su historia. Es por ello fundamental establecer cuál es la naturaleza profunda de este monumento.
Si larga es la historia de la Catedral y todos los períodos son importantes y deben ser reconocidos y protegidos, es también cierto que su belleza procede, sobre todo, de cinco momentos magistrales perfectamente identificados que son las que hacen único a este monumento. Esos cinco momentos geniales, a nuestro juicio son: la primera mezquita de Abderramán I, la segunda ampliación de Alaquén II, la conversión en catedral del siglo XIII, la construcción del crucero por los Hernán Ruiz y el Patio de los Naranjos.
Magistral fue la obra que levantaron los arquitectos de Abderramán I en el año 785, utilizando los restos de la primitiva basílica, una obra que seguramente fue también genial y que sin duda contenía la simiente de la fábrica de la primera mezquita. Hasta ese momento y desde la conquista de la ciudad en el 711, los musulmanes se habían limitado a expulsar a los cristianos de la basílica utilizándola como era y con tan solo retirar los símbolos cristianos mutilando las cruces. En aquella basílica que Abderramán modificó estaba ya probablemente el «código genético» que ha permanecido e informado en todo, lo que luego en casi 20 siglos se ha seguido construyendo.