La Semana Santa es una celebración que más o menos intensamente vivimos, celebramos y exaltamos. Bien es verdad que cada uno la experimentamos y la sentimos de una forma diferente, pero con algo en común La Pasión y Dolor. Pasión de un Cristo o Dolor de una Virgen.
Cada cual la vive de una manera, unos lo viven desde la acera de esas calles llenas de bulla o de silencio. Otros lo sienten como músicos detrás de las imágenes, que a su vez, provocan lágrimas en los nazarenos que se emocionan con el crujir de la puerta a la hora de la salida. Otros, unos pocos, lo sienten y lo "sufren" debajo de los pasos o de los tronos. Con todo esto, quiero hacerte ver querido lector, que la Semana Santa siendo una, representa una a una la experiencia del que la siente y vive.
En la actualidad están de moda los "rancios" y "jartibles", que se elevan como representantes únicos de la forma de sentir y vivir la Pasión. Nada más lejos de la realidad y más cerca, sin remedio, de la necedad que da querer tener la razón de ser los mejores y más grandes vividores de esta Pasión.
Personas que en su ser, no ven más allá de su nariz, que todo lo que los demás digan o piensen no es válido para ellos, y que en su soledad de sentir, son granos de arena en este desierto que es la vida. Vida que sin el permiso de estos, transcurre con el paso de los años, lentamente y sin sobresaltos, pues vivimos y sentimos nuestra propia experiencia, tal y como nos enseñaron nuestros antepasados, que ellos si sabían cómo y de qué manera vivir la Pasión.
El "rancio", a menudo se olvida, de que lo rancio, es aquello que se ha pasado, que se ha quedado malo, con mal sabor, con mal aspecto, y que en dosis elevadas echa a perder el producto final. Que lo rancio en su justa medida da buen producto, que en su degustación te da un pellizco en lo mas hondo de tu ser y hace aflorar esos recuerdos, esas añoranzas de antaño.