El otro día pude leer en Gente de Paz un artículo que refería que muchas Hermandades celebrarían en el año recién
inaugurado comicios para elegir Hermano Mayor y/o Junta de Gobierno. Desde entonces
hasta ahora no he dejado de pensar acerca de cuáles serían las características
fundamentales o los requisitos básicos que debería cumplir aquella persona en
cuyas manos queden los designios de una Hermandad durante varios años. Así
pues, haciendo uso de la experiencia vivida en carne propia durante varios años
como miembro de distintas Juntas de Gobierno (aunque no como cabeza principal,
Dios me libre) y valiéndome de las vivencias de varios conocidos y algún amigo
que sí ostentaron la “túnica sagrada” de sus respectivas Cofradías, me animo,
con la dispensa de todos ustedes, a presentarles las siguientes recomendaciones
a todos aquellos valientes que deseen
postularse al cargo de Hermano Mayor.
1.- Conditio
sine qua non: paciencia, paciencia y paciencia. Un buen Hermano Mayor tiene que tener grandes dosis de
templanza para dirigir su Cofradía y, en consecuencia, debe hacer gala de un
gran autocontrol que le impida perder la debida compostura ante cualquier
circunstancia. Esto debe aplicarse en el trato que se dispense a los distintos
integrantes de la Junta así como ante cualquier Hermano de la Cofradía y, por
supuesto, también con cualquier persona ajena a la misma. Por consiguiente esto
supone tener que aguantar mucho a muchas personas. Poner esto negro sobre
blanco es fácil. Llevarlo a la práctica durante al menos 3 o 4 años (en función
de la duración del mandato que prescriba la normativa de la Hermandad) es
harina de otro costal. Uno de los amigos a los que antes aludía comenta que,
sin duda, lo que más mermó sus ánimos para presentarse en su momento a una
posible reelección fue el hecho de tener que reprimir sus opiniones propias para
no indisponerse con nadie y evitar, en la medida de lo posible, conflictos
innecesarios en la Hermandad. Conflictos que, a pesar de todo, acaban por
surgir de manera inevitable. El problema radica en que, muchas veces -prosigue
su reflexión- los berrinches contenidos acaban por estallar y terminan por pagarse con la familia y con los
amigos más cercanos.