Dos semanas han pasado ya desde el Bendito Domingo de Resurrección y estamos inmersos ya en el mes de las flores, mes de María, mes en el que nuestra ciudad muestra su lado más festivo y alegre, bañado por el color y el olor de las flores de nuestra tierra. Sin embargo, en mi mente, martillea, cual llamador a la voz del capataz, una situación que no me gustaría volver a presenciar.
He podido observar a personas, vistiendo el hábito de su Hermandad detenidos en la puerta de algún establecimiento de ocio echándose un cigarrillo, ¿no pueden esperar a entrar en el Templo y allí llevar a cabo este vicio? Creo que las corporaciones, en la mayoría de los casos o en todas, posibilitan a los hermanos/as que fuman un lugar donde hacerlo. Si no pueden aguantar "el mono", vayan ustedes vestidos de calle al Templo, y vístanse en el interior. Eso es lo adecuado. Si no quieren hacer esto, por favor, por la calle cubierto, sin hablar y por el camino más corto. No me gusta ver nazarenos con cubrerrostros bajo el brazo, como si fuera un costal, calle arriba, calle abajo, y cigarrillo en mano.
Yo me pregunto: ¿tan poco valor se le da a la túnica? Para mí, como ya dije hace algún tiempo, mi hábito es una prenda sagrada. Una prenda que está conmigo en momentos en los que, algunas veces, no puedes "tirar de tu alma". Una prenda de penitencia personal.