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lunes, 17 de diciembre de 2012

Clemencia

Yo entraba por la puerta de San Jacinto muy de cuando en cuando. Me crié en la casa de enfrente y sólo ocasionalmente acudía a tu hogar. Siempre sentía aflorar la insurrección de mi espíritu cuando lo hacía y te encontraba desplazado del centro del Universo. En aquellos tiempos, ocurría algo similar en mi propia casa. Recuerdo aquellos repartos de túnicas de hace siglos, cuando casi todos pedían acompañar a la Paloma de Capuchinos. Por eso siempre me sentí cercano al que despojan de sus vestiduras. Porque sabía que a Ella no le faltaban claveles entre el universo de flores que glorificaban el jardín de sus maravillas. Y por algún motivo experimentaba algo semejante al acceder al portal vecino.

Miraba a la Señora, magnífica e impresionante en su camarín y Tú, a la izquierda del caudal de oraciones que cada día se asomaban a las plantas de tu Madre. Eran mis pensamientos juveniles de rebeldía perenne, los que me hacían verte humilde y abandonado por el mundo al que te ofreciste y los que me empujaban a plantarme delante tuya, a mirarte a la cara, a rezar en silencio observando tus heridas, las que te infringieron por salvarnos y destilan la Clemencia y la Bondad Infinita de quien da su vida por los demás. Ahora se que Tú prefieres estar ahí, a la orilla del mar, para dejar que Córdoba entera le regale su alma a tu Bendita Madre y calme su eterno Dolor, porque te apiadas de su daño y porque eres absoluta Humildad en la vida y en la muerte. Y por eso regreso a veces, para pedirte que cojas mi mano, porque si no tengo tu fuerza dentro de mi corazón, soy un náufrago sin rumbo y sin isla a la que nadar. Ayúdame Señor, apiádate de este mundo que se olvida de tu Nombre... y dame aire para continuar el camino...


Necesito tu presencia
para sentirme seguro,
no soporto tu carencia
sin promesas ni futuro.

De tu voz tengo nostalgia,
sin guía en el oleaje,
se que no es intolerancia
lo que habita en tu mensaje.

Siendo el amor que promulgas
tu auténtico mandamiento,
no entiendo cómo comulgan
los causantes de tormentos.

Mi espíritu poseído
de abandonos de conciencia,
busca consuelo aterido
implorando tu Clemencia.

Ante tu altar me confieso,
me ha tentado la codicia,
haz un sitio pa’ mis rezos,
perdona Dios mi malicia
sin tu luz me siento preso.


Guillermo Rodríguez


En el Cabildo de Gobierno celebrado el 24 de enero de 1939, se realiza la donación a la hermandad de una imagen de Jesús Crucificado, para que fuera destinada al culto público. La Junta de Gobierno de aquel entonces, decidió poner a la imagen bajo la advocación de la Clemencia, por ser ésta la que antiguamente había tenido el hospital de San Jacinto.

La talla es obra del escultor valenciano afincado en Córdoba Amadeo Ruiz Olmos, y data de 1938. Representa a Jesús muerto en la cruz, con la cabeza inclinada y descansando sobre el hombro derecho. El pelo largo y enrizado le cae sobre la espalda y el pecho. Tiene los ojos cerrados y la boca entreabierta tras el último aliento. La cara del Santísimo Cristo de la Clemencia nos transmite una sensación de paz infinita, no se detecta en ella a excepción de algunas gotas de sangre en la frente y el amoratamiento de los pómulos, rastro alguno del tormento al que el hijo de Dios fue sometido. Sus músculos faciales nos muestran una relajación total y profunda, más que muerto parece estar dormido. Procesiona por primera vez en la estación de penitencia de la cofradía del año 1949.






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