Me alejé de Capuchinos, dejando atrás el brillo de tu mirada y el hogar
en el que me sentía seguro. Me marché envuelto en el cansancio, hastiado de
batallas, sintiéndome empujado por mi conciencia y mi libertad, en el tren de
la búsqueda de la felicidad absoluta que el despiadado destino quiso situar
lejos de tu Paraíso. Me retiré súbitamente, por alcanzar el amor verdadero, avanzando
por la senda del sosiego, dejando atrás las trincheras, con el único
arrepentimiento de no haber luchado por defender el pedacito de gloria que tuve
en tu regazo, ese trocito de tu manto que me permitías tocar con los dedos...
Y los días se hicieron meses y los meses, años, habitando tu carencia, bebiendo ocasionalmente algunas gotas de tu bendita esencia en mis visitas furtivas… y la herida fue sanando y como un fénix renació de sus cenizas mi ansía de tenerte cerca, porque tu casa es mi casa, y por más barreras que levanten y por más que el tiempo quiera atraparme entre las redes de tu ausencia, llegará la hora en que mi nave retornará al puerto del que partió, como regresó Ulises de su odisea… de la odisea de no respirar tu dulzura a la orilla de mi alma… volveré a tus plantas, para ofrecerte el joyero de mis sueños cumplidos… y quedarme para siempre…
Acudieron
a mi orilla
renovadas ilusiones,
pidiéndome
la semilla
que
sembré con mis canciones.
He alejado del recuerdo
la calumnia y el engaño,
la agonía en el averno
del exilio voluntario.
Agonizaron
mis versos
por
las cosas del destino,
por
ver cumplido mi sueño
abandoné
Capuchinos.
Llegará
por fin la hora
como al río el afluente,
te
rezaré mi Señora
como
te he rezado siempre.
Con
la fuerza del olvido,
con
mi amor, mi compañera,
iré
a buscarte a tu nido
que
ya he cumplido condena
por
no luchar por lo mío.
Guillermo Rodríguez