Toda una vida a tu lado,
latiendo en el océano de tu mirada y naufragando una y mil veces en la
nostalgia de tu lejanía...
Mi niñez habitó en tu regazo, recorriendo tus esquinas y respirando tu humilde grandeza, la que no se apaga nunca, la que se alimenta de mis versos y oraciones y recorre mis arterias como esencia de la gloria que mis padres me enseñaron a descubrir escudriñando por los rincones del convento, entre tulipas y candelabros rociados de cera y túnicas atesoradas en el altillo de la casa de hermandad. En aquellos tiempos no era tan frondoso tu bosque… sólo algunos árboles… Pero tu semilla se fue sembrando por los cuatro puntos cardinales, y fue brotando lenta y calladamente.
Estalló la primavera de tus
cincuenta años de historia... El arcón de mi recuerdo, atesora oleadas de túnicas
blancas de Miércoles Santo avanzando hacia tu hogar desde el pequeño jardín de Medina Azahara… y
toda Córdoba se inundó de mareas de
nazarenos que arribaron a tu orilla con el deseo incontenible de beber de tus
benditas pupilas el néctar de tu Paz infinita, la fragancia de la más bella de
las orquídeas, tu elegancia de Reina y la Esperanza… y el Edén se convirtió en el más hermoso de los vergeles. Eran modas, decían los que se regocijaban en la miopía perenne
del que no es capaz de ser consciente de cuándo está cambiando la historia…
Y ahora… ahora que tu reino
continúa rebosante de rosas, pese a que muchas fueron arrancadas de tu ribera, somos
nosotros los que precisamos de tu amparo… ayúdanos a cuidar tu jardín, Madre
Mía, a protegerlo de los nuevos jardineros que desconocen tu memoria y
de los que pretenden borrarla y ocultarla coronándote de olvido; líbranos de los que no conocen
de dónde venimos y confunden hacia dónde vamos… los que desprecian tu pasado
sencillo, mágico e incontestable… los que desdeñan el rocío que regó tu paraíso tanto tiempo; y danos la fuerza para retornar a Tí, para desbrozar
el sendero que conduce a tu presencia… y ser otra vez tesoreros de tu templo y
mensajeros del firmamento de tu herencia; e ilumínanos para esconder en lo más
profundo del ayer la soberbia y el resentimiento y ser conscientes de que sólo
remando en la misma dirección, tu barca volverá al rumbo de paz, hermandad y
libertad que jamás debió perder…
Para que acabe tu llanto
mareas de peregrinos
llenan el Miércoles Santo
el Edén de Capuchinos.
Saetas bordan tu manto,
de tu mirada cautivo
el pueblo ofrece su canto
glorificando el camino.
Son cientos de nazarenos
los que alumbran tu barquilla,
que porque lo quiso el Cielo
fe brotó de tu semilla.
Quisiera ser costalero
y sentir la maravilla
de trabajar de costero
como uno más en tu orilla.
Quién pudiera darte honores
en tu casa noche y día,
llenar tu paso de olores
o luz de candelería.
Ser quien te pincha las flores,
capataz o contraguía,
y mendigar tus favores
y un trozo de cofradía.
Océanos de grandeza,
horizontes de poesía,
por las calles cordobesas
busca tu grey nuevas guías.
Paz y Esperanza es tu esencia
lo que tu Hijo prometía,
y el fuego de mis creencias
es una zarza encendida.
Desde que al mundo he venido
de Ti me hablaron, Paloma,
sediento de tu Rocío,
codiciaré a todas horas
un rinconcito en tu nido.
El universo se mece en la inmensidad de tu maravillosa mirada... y la madrugada se hace saeta, la saeta, sentimiento y el sentimiento, oración...
... Madre Mía, Paz y Esperanza,
vengo a romperme la garganta
a golpes de sentimiento;
razones del corazón
que nacen de mis adentros
y alimentan mi pasión.