Martes de contrastes. Esos contrastes que caracterizan la Semana Santa.
No tendría sentido sin ellos. Esos contrastes que hacen que por una calle
transite un palio entre luz, jolgorio, cornetas y exhuberancia, y por la calle
paralela veamos un palio de cajón, sin música, bordado e iluminado en su justa
medida y con un andar que podría tildarse de apresurado pero igual de bello que
cualquier otro.
Esos contrastes que hacen que un misterio se luzca con un solo de corneta
apasionado y rompa a andar de frente entre los aplausos de la multitud y que en
otra esquina venga un Crucificado revirando con cuatro hachones que apenas
iluminan el rostro del Señor, en silencio, con el único sonido del rachear de
los costaleros.
Esos contrastes que inundan las calles de vítores, palmas y piropos, o de
susurros, miradas y oración. Misterios espléndidos con romanos, judíos y demás
imágenes secundarias, o la más tierna soledad de un Cautivo, Nazareno o
Crucificado. El paso que va dorado hasta el último centímetro y ese otro paso
que con la madera en tono caoba hace que resalte más si cabe la figura del
Señor.
Y es que sin todos estos elementos que se combinan en la Semana Santa,
perdería todo su encanto estético e incluso moral. No hay dos Hermandades
iguales, ¿la razón? Muy sencilla. Teniendo claro que Dios es uno, las personas
somos todas distintas, por ello, es lógico que interpretemos la Pasión de
maneras tan dispares: unos verán el poder soberano del Señor, otros su Humildad
silenciosa, el jolgorio de la Entrada en Jerusalén, el sufrimiento y la pena
callada de Jesús… Si esto no fuera así, nos quedaríamos con sólo una parte de
la Pasión de Jesús. Gracias a esta multitud de perspectivas con las que es
interpretada la misma, disfrutamos de igual manera de todas y cada una de las
Hermandades y sus formas de sentir a Dios y María. Estéticamente esta riqueza
hace que la belleza externa de la Semana Santa se multiplique, ya que es igual
de bello, pero distinto, un paso en el más absoluto silencio, que uno con
marchas sobrias, que uno que camina entre aplausos y chicotás espectaculares. Y
moralmente porque es lógico que si las personas somos todas distintas
interpretemos a Dios de maneras distintas. Ni mejores ni peores: distintas. Esa
es la magia que encierra la Semana Santa, ofrecerle al pueblo diferentes modos
de vivir la Pasión de Jesús.
José Barea