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domingo, 30 de junio de 2013

Historia de la Hermandad de Jesús Caído

Pontificia, Real y Venerable Hermandad y Cofradía de Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad.

Historia

Los primeros antecedentes de la Hermandad se remontan a los últimos años del s. XVII. La imagen de Jesús Caído era fervorosamente adorada por los fieles que atravesaban la muralla para dirigirse al convento de los Carmelitas. La devoción al Nazareno Caído viene promocionada por la orden carmelitana y culmina, en el caso de Córdoba, con la donación de esta imagen por parte del canónigo catedralicio Francisco Bañuelos y Murillo hacia 1676 y que fue colocada en la última capilla a la izquierda de la Iglesia.

En un principio, se conoce a la imagen como Jesús Nazareno y no será hasta 1736 cuando tome su actual advocación. En 1732 ya se había comenzado la construcción de la actual capilla, colocándose la imagen del Caído en 1736 y que tuvo de coste la cantidad de dos mil quinientos ducados. Será en 1742 cuando tenga lugar la talla del retablo y en 1751 se habían terminado los retablos laterales y el dorado de los mismos; finalmente, en 1763 se construyó el camarín para la Virgen, bajo la advocación de María Santísima de los Dolores, y que importó mil ciento cuarenta reales. El barrio de Santa Marina se vuelca con el Caído, de forma que incluso abundan los enterramientos en la capilla donde se venera a la imagen, así como las donaciones de ornamentos para el altar y ricas túnicas de terciopelo morado con franjas de oro.



La fundación de la Cofradía acontece en 1765. Dado el fervor hacia la imagen de Jesús, el prior de la comunidad carmelita, Fray Andrés de Santa María, impulsa la formación de la Hermandad, cuyo primer hermano mayor sería José Julián Vázquez, como consta en la inscripción de la demanda de plata, la pieza más antigua conservada por la Hermandad. 


Hasta 1779 la Hermandad se irá dotando de diversos enseres, principalmente vestiduras para las imágenes, y será en ese año cuando tenga lugar la primera salida procesional, Jueves Santo. Las cuotas de los hermanos y las limosnas de los fieles, gran parte de ellas recaudadas con las demandas durante la procesión, serán el sustento de la Cofradía en estos años finales del XVIII. En esa primera estación de penitencia ya se nombra a la Virgen con la advocación del Mayor Dolor y se levanta una enorme expectación en la ciudad, acrecentada en el momento de la salida por la presencia de la lluvia tras meses de sequía, como relata el libro de protocolos del Convento de San Cayetano: "No ai lengua que declare la mosción que cavía en todas las personas que a dicha Santísima Ymagen vieron, assí Eclesiásticas como Seculares, pues fue presiso dejar a su Magestad  en Andas muchos días después de Quaresma para dar lugar a que los muchos sugetos que venían adorarla..."; "Dicho año no havía llovido desde principios del mes de Enero hasta dicho día que salió el Señor a la calle y la devoción de los fieles atribuyeron este favor a la Sagrada Ymagen".

Estamos en la época de la Ilustración, y las nuevas ideas llegadas de Francia repercutirán en la semana santa de Córdoba, de tal forma que se prohibirán los disciplinantes y los cubrerrostros, al mismo tiempo que se regulan los horarios de las Cofradías para su regreso más temprano. En su primera salida, los penitentes de la Hermandad visten túnicas moradas sin cubrerrostros y portan cirios. La salida se hace en torno a las tres de la tarde, regresándose al anochecer, siendo el recorrido: Colodro, Alfaros, Compañía y Catedral. Se luce un estandarte morado, cuya vara de plata es la misma que aún procesiona cada Jueves Santo. Al frente de la procesión va una cruz guiona en andas. el Caído luce peluca y potencias de plata, mientras la Virgen, con diadema, saya y manto, marcha bajo palio de terciopelo negro con varales de madera. 


La incorporación a la Semana Santa cordobesa lleva consigo una indudable vitalidad de la cofradía que se mantendrá hasta los albores del XIX. Los años finales del XVIII habían convertido a la Hermandad del Caído en una de las más importantes de la ciudad. Compartía el Jueves Santo con las cofradías de Jesús Humilde (Convento de la Merced), Jesús de la Sangre (Convento de la Victoria), el Santo Crucifijo (Magdalena), Jesús del Huerto (San Nicolás y San Eulogio de la Axerquía) y la Vera Cruz (San Pedro el Real); en la madrugada quedaba Jesús Nazareno. Pero este panorama queda truncado en los inicios del siglo XIX.

La invasión francesa provoca en 1808 el abandono del Convento de San José o San Cayetano por parte de la comunidad Carmelita. Asimismo, se suspenden los desfiles procesionales y las distintas hermandades quedan en estado de latencia. La salida de España de los franceses y el regreso de los Carmelitas en 1813 recuperan la normalidad para la Hermandad, que sigue saliendo cada Jueves Santo hasta 1818.

En 1818 se produce un enfrentamiento en plena estación de penitencia entre el hermano mayor y otros cofrades que participaban en el desfile. Las imágenes quedan abandonadas en la calle y habrán de ser miembros del Convento y algunos fieles quienes las retornasen a la Iglesia. Este suceso provoca la disolución de la Hermandad, aunque la procesión del Jueves Santo continúa celebrándose organizada por el colegio de escribanos.

Llegados a 1820 el obispo Trevilla publica un reglamento en el que se establece la supresión de todas las procesiones, unificándose en la del Viernes Santo, la cual incluso deja de celebrarse.  Se continúan los cultos en el interior del templo, pero en 1835 se promulga la exclaustración de los carmelitas, quedando el Convento en estado de abandono y entregándose los enseres de la Hermandad a don Manuel Enríquez, persona muy vinculada a San Cayetano, quien mantendrá las misas a las imágenes y hace posible que la iglesia permanezca abierta bajo la atención de la parroquia de Santa Marina.

Don Manuel Enríquez costea los cultos hasta la reorganización de la Cofradía en 1851, aunque ya en 1849 se había recuperado la procesión oficial del Viernes Santo y el Caído participó en ella a instancias del Ayuntamiento, no en vano, Córdoba era la única capital que no tenía desfiles procesionales.

Será en el mencionado 1851 cuando se reorganice la cofradía, lo que significa el resurgir de la devoción popular a Jesús Caído que vuelve a hacer estación de penitencia en ese mismo año y junto a Nuestra Señora del Mayor Dolor al año siguiente. La reorganización de la Cofradía vino dada por la escasez de recursos para presentar a Jesús Caído el Viernes Santo; por ello, cofrades del Alcázar Viejo acuden para llevarse la imagen y afrontar la procesión. Esto provoca la reacción el barrio de Santa Marina, cuyos vecinos se constituyen de forma espontánea en Hermandad, nombrándose al sacristán de Santa Marina, Francisco de Paula Valenzuela, hermano mayor. El Viernes Santo de 1851 Jesús Caído participa en la procesión oficial y comienzan a organizarse cultos a las imágenes con gran asistencia de fieles. En 1852 se incorpora a la procesión del Viernes Nuestra Señora del Mayor Dolor, acordándose vestir a la Virgen a la manera sevillana, con resplandor para la corona y manto de estrellas.

Sin embargo, en 1859 el Obispo, don Juan A. de Alburquerque, expresa su idea de reducir el número de pasos en la procesión del Viernes y será la Hermandad de Jesús Caído una de las que sale del cortejo; esta circunstancia provoca un relativo aletargamiento de la Cofradía, llegándose incluso a proponer su conversión en sacramental con el fin de revitalizarla. El hermano mayor no recibe el apoyo necesario desde el Obispado y sólo los cultos mantienen cierta vigencia en la Hermandad.

Esta decisión supone que la cofradía entre en un paréntesis de tres lustros en el que la hermandad vuelve a entrar en una fase de estancamiento, hasta que en 1874 se lleva a cabo una nueva reorganización de la hermandad nombrándose a don Manuel Taguas Reyes hermano mayor. La restauración monárquica propicia un auge de las celebraciones religiosas. La Hermandad se encuentra pujante, llegando a realizar estación de penitencia en solitario el Jueves Santo, además de participar en la procesión oficial del Viernes. 

En 1880 fallece el hermano mayor y se hará cargo de la Cofradía el primero de los diestros que después le darán su fama de "Hermandad de los Toreros": Rafael Molina Sánchez "Lagartijo" . Lagartijo se rodea de miembros de las anteriores juntas de gobierno, depositando su confianza en el vice-hermano mayor Rafael Hidalgo Rodríguez, además aumentan significativamente los ingresos por donativos. En esta época se estrena la túnica de Jesús Caído, donada por el propio hermano mayor, además, la Cofradía continúa procesionando en la noche del Jueves Santo con las dos imágenes titulares, así como una cruz guiona sobre andas; sin olvidar la procesión oficial del Viernes Santo con el resto de hermandades.

La crisis del movimiento cofrade en nuestra ciudad a lo largo de las primeras décadas del siglo XX tienen una incidencia menor en la hermandad del Caído, aun cuando se produce un descenso de los efectivos humanos. A partir de 1919, bajo el mandato de Rafael Flores González se desarrolla una fructífera labor que va a suponer un nuevo incremento en el número de hermanos y el poder afrontar proyectos de envergadura. Así en el año 1921 se estrena el nuevo paso de la imagen titular.


La hermandad del Caído constituye uno de los ejes en torno a los que gira la semana Santa cordobesa durante las dos primeras décadas del siglo XX, siendo la única cofradía que hasta 1918 saca por sí misma una procesión al margen del desfile oficial del Viernes Santo en el que también participa con su imagen titular. Está documentada la presencia en estas procesiones del Jueves Santo de acompañamiento musical, siendo lo más frecuente una capilla vocal e instrumental, actuando en ocasiones una banda de música y en 1921, por primera vez, una banda de cornetas y tambores.

Hermanos mayores como González Laguía, Miranda Rey o Flores González se suceden en estos años. Rafael Flores es una persona vinculada al mundo del toro y desarrollará una intensa labor que lleva a superar los trescientos hermanos y a realizar unas andas doradas para el Caído; pero será en 1922 cuando la situación dé un giro con la llegada a la dirección de la Hermandad de Eduardo Quero, Marqués de la Mota del Trejo y su esposa, Soledad cuyo mandato será fundamental para el devenir de la Cofradía en lo referente a realización de nuevos enseres, así como en la incorporación de efectivos humanos, entre ellos importantes personajes de la alta sociedad cordobesa, como es el caso del Marqués de Villaseca o el Conde de Villanueva de Cárdenas. Las reformas que se promueven durante esta época en la Hermandad determinan el carácter posterior de la misma, llegando hasta nuestros días, como es el hecho de la concesión de los títulos de Real (1930) y Pontificia (1931), la confección de los bordados de la Virgen, la nueva túnica de Jesús Caído o la realización de los respiraderos para el nuevo paso de Nuestra Señora del Mayor Dolor de metal plateado que se encargan a la firma sevillana Sucesores de Manuel Seco, piezas desconocidas en Córdoba por esa época. La influencia sevillana se patentiza en el hábito penitencial de la cofradía y en los cetros y bastones que llevan los cargos, si bien es en Málaga donde se adquieren las cuatro bocinas que aún hoy procesionan.. Asimismo, la advocación de la Virgen se completa con el nombre de Soledad, en homenaje a la Marquesa, quien fue la principal impulsora de todas estas reformas. Todo este movimiento se ve impulsado por la competencia que se establece con la Hermandad de las Angustias, lo que, en definitiva, redundó en un beneficio patrimonial para ambas cofradías.

La proclamación de la II República el 14 de abril de 1931 supone el fin del auge de la hermandad y el inicio de una crisis que también afecta al conjunto de las cofradías penitenciales y a la Semana Santa.

En 1933 fallece el Marqués de la Mota del Trejo y Rafael Flores González asume las funciones de hermano mayor y la Hermandad participa en las procesiones oficiales del viernes santo, excepto la de 1936, que realizó en solitario la Virgen de las Angustias, dado el delicado momento que vivía el país y que desembocó en la Guerra Civil entre 1936 y 1939. Mauel Tienda Argote tomaría las riendas de la Hermandad en 1937, una vez recuperadas las salidas procesionales.

Finaliza la Guerra Civil y la dictadura franquista, implantada al término de la misma, propicia las celebraciones de carácter religioso, entre ellas la semana santa. Las cofradías reciben un fuerte impulso aumentando el número de hermanos y fundándose o reorganizándose otras. El 10 de diciembre de 1939 a Hermandad de Jesús Caído elige a un hermano mayor del barrio de Santa Marina, cuyo futuro parece empezar a vislumbrarse como el de uno de los matadores que mayor fama y renombre alcance en la historia del toreo, su nombre: Manuel Rodríguez Sánchez, "Manolete". La llegada del diestro cordobés a la hermandad viene propiciada por la relación entre Rafael Flores, miembro muy activo de la Hermandad, Manuel Flores "Camará", su hermano y apoderado del propio Manolete. Nombres ilustres relacionados con la Hermandad se incorporan a la directiva, tales como los hermanos Flores, Patricio Hidalgo, Antonio Anaya, Hermenegildo Friaza, Enrique Tienda o José C. Quero entre otros. La persona que gobierna la Hermandad día a día es Rafael Flores, pero la llegada de Manolete supone un nuevo impulso que se plasma en la realización de un nuevo paso para la imagen de Jesús Caído que se encarga el tallista cordobés Rafael Valverde Toscano y que, por otra parte, representa la consolidación de la popularidad de la Cofradía con un significativo aumento del número de hermanos.

Durante su mandato la cofradía adquiere nuevos bríos y recobra la pujanza en esta época se refuerza la relación de la cofradía con el mundo de los toreros perteneciendo a la hermandad el torero "Machaquito", la esposa de "Guerrita" y varios subalternos, así como miembros de la cuadrilla de "Manolete".

En 1942 Hermegildo Friaza rige los destinos de la Hermandad. Durante su mandato se aprueban los nuevos estatutos que tendrán vigencia hasta 1979. Francisco Hidalgo es elegido en 1943, destacando en su mandato la realización de los faroles del paso del Caído. En este período, un miembro de la junta de gobierno, Rafael Gálvez del Cerro, asume el mando en un par de ocasiones por ausencia del hermano mayor; por lo que será el propio Gálvez quien sea elegido para el cargo a partir de 1948.

Rafael Gálvez, empleado de la cercana empresa Carbonell, prolongará su mandato hasta 1966, incluyendo dos etapas al frente de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa y contando con Juan Membrives como hombre de confianza. Durante su mandato se culmina la terminación del paso de Jesús Caído con la incorporación de diversos elementos ornamentales, aunque su gran aportación a la Cofradía reside en la confección de un palio bordado para el paso de la Virgen con todos sus correspondientes elementos de orfebrería, convirtiéndolo en una pieza esencial de la semana santa cordobesa. Son años de auge, aunque comienza a notarse un cierto desgaste en los últimos tiempos. Así, en 1966, Gálvez busca una figura de prestigio que dirija la Hermandad al mismo tiempo que logre impulsarla de nuevo, por lo que se lleva a cabo la elección para el cargo de hermano mayor del popular periodista cordobés Matías Prats Cañete, quien, además, permitirá que Rafael Gálvez se mantenga en el gobierno efectivo de la Hermandad. Durante el mandato de Matías Prats la Cofradía entra en una fase de letargo que se prolongará hasta 1979, contando con 450 hermanos y unos 200 nazarenos.

El estado de decadencia de la Hermandad de Jesús Caído desemboca en el cese de Matías Prats como hermano mayor y la elección de Rafael Jaén Toscano para el cargo, quien forma dos cuadrillas de hermanos costaleros que portarán ambas imágenes el Jueves Santo, siguiendo la tendencia revitalizadora que se comenzaba a vislumbrar en la Semana Santa cordobesa y donde tuvo una especial incidencia la sustitución de las ruedas en los pasos por las citadas cuadrillas de costaleros de las hermandades. La juventud de los costaleros permite la realización de diversas actividades por parte de la junta de gobierno, con el único propósito de recuperar económicamente la Cofradía y aumentar el número de efectivos con que se contaba en ese momento. Los objetivos planteados comienzan a lograrse en el marco de un movimiento cofrade en alza durante estos años en la ciudad y en la mayor implicación de los cofrades en el desarrollo de la Hermandad. Aun así, la ansiada revitalización económica no llega a producirse plenamente y se arrastrará la situación hasta la etapa de Antonio Romero Alfaya (1982-1989), quien se ve en la necesidad de recabar fondos para una nuevos locales de hermandad ante la expulsión llevada a cabo por los carmelitas del local anejo a la Iglesia.

El mandato de Juan J. Cas Hernández tiene como fin primordial recuperar la maltrecha caja de la Hermandad, lo que conseguirá con creces a lo largo de los ocho años que gobierna la cofradía. Cas llega a la Hermandad traído por Romero Alfaya con el propósito de buscar una gestión que impulse definitivamente a una Hermandad necesitada de subirse al tren de una moda cofrade que empezaba a eclosionar en Córdoba. Su puesto en la administración de la empresa distribuidora de electricidad le proporciona múltiples contactos que ayudan a procurar los fondos necesarios y aumentar el número de hermanos. Se amplía el local de la Hermandad, se concluye el bordado del palio, se realizan dos candelabros para la trasera del paso y se restaura la túnica de salida de Jesús Caído. En 1995 se conforma la Banda de Cornetas y Tambores de la Hermandad, que hará su primera salida procesional al año siguiente. La celebración del aniversario de la muerte de Manolete marcará el final de la etapa de este hermano mayor.


En 1997, el Vicehermano Mayor con Juan J. Cas, José Jiménez Pérez, asume el cargo de Hermano Mayor de la Hermandad. Empleado en una entidad bancaria, continúa el proceso abierto por Romero de impulsar económicamente la Cofradía, basado, sobre todo, en el aumento del número de hermanos, venta de loterías y organización de la cruz de mayo. Durante este período se realiza una nueva corona para la Virgen y se restaura el paso de Jesús Caído, a tenor de los fondos recaudados por la organización de un festival taurino, cuyo peso lo llevó el diestro Enrique Ponce, joven torero al frente del escalafón durante varias temporadas y que comienza a vincularse a la Hermandad, con la que procesiona cada jueves santo, acompañado de otros como su subalterno Antonio Tejero o el matador Rafael González Chiquilín. Es de destacar la celebración del aniversario de la muerte de Lagartijo, con una exposición de enseres realcionados con el mundo taurino.

El mandato de Rafael C. Roldán Sánchez comienza en 2001, una vez aprobados los nuevos estatutos, que han de ajustarse a los requerimientos del obispado. Roldán perteneció a las juntas de Juan J. Cas y José Jiménez, ocupando el puesto de Tesorero. Vinculado a la Hermandad desde pequeño, así como antiguo alumno del Colegio Virgen del Carmen, se plantea continuar con la línea seguida por los anteriores hermanos mayores, para ello cuenta con una junta con experiencia y la inercia de una hermandad en pleno proceso de expansión. Se acometen profundas reformas en los locales de la Hermandad, se construye un nuevo local para los pasos en base al convenio con la empresa propietaria del terreno y se impulsa definitivamente la realización de un guión procesional acorde con la categoría de la Cofradía, así como diversas restauraciones de bordado y orfebrería de enseres antiguos. Durante estos años tiene especial repercusión la conmemoración del XXV aniversario de las cuadrillas de hermanos costaleros.

Imágenes

Nuestro Padre Jesús Caído

Imagen anónima del Siglo XVII y fue restaurada por Miguel Arjona en 1981. Representa una de las tres caídas de Jesús en su tránsito por la Vía Dolorosa, tal como relatan las estaciones del Vía Crucis. Jesús se muestra con una mano apoyada en una piedra, mientras con la otra sujeta la cruz. Vuelve la cabeza hacia la derecha y postra en tierra sus dos rodillas.

La cara de Jesús se nos muestra con ojos semicerrados, boca entreabierta y muestras del dolor físico padecido en zonas moradas y enrojecidas; además las gotas de sangre se reparten por toda la faz y el conjunto que nos muestra nos induce a la serenidad y la paz.

Con barba finamente tallada y larga melena postiza, la imagen es inconfundible y sello inherente a la Semana Santa de Córdoba.



Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad

La Virgen es anónima del Siglo XVIII, ha sido restaurada por José Saló en el último tercio del Siglo XIX, por Miguel del Moral en 1954, Rafael Valverde en 1961 y por Miguel Arjona en 1989.

La Virgen cuenta con una valiosa saya de terciopelo bordada en oro, confeccionada por las monjas del Convento de Santa Isabel de los Ángeles en 1924, al igual que el manto procesional, el cual sigue el mismo modelo de finos tallos en su ornamentación vegetal. En 1984 las religiosas del Císter restauraron la saya y Rafael Carmona volvió a hacerlo en 2005. Por su parte, el manto fue restaurado en 1948, 1957 y 1985, pasando el bordado a nuevo terciopelo. Para el camarín cuenta la Virgen con una saya y manto corto bordados así como un manto de terciopelo, liso, confeccionado en 2005 por las camareras. Luce una corona procesional de plata, realizada en los talleres de Díaz Roncero en 2000 siguiendo modelos clacisistas, así como diadema y corona de camarín datada en torno a finales del XIX. Finalmente, cabe resaltar el conjunto de joyas y los tres puñales, el más valioso de ellos estrenado en 2006 obra de Ángel Cano y patrocinado en gran medida por las camareras. Tocas, enaguas y pañuelos completan el ajuar de Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad.



Pasos Procesionales

Paso de misterio de estilo Neorrenacentista, en color caoba, iluminado con faroles, en metal plateado, de Rafael León (1948) siguiendo el proyecto de Rafael Valverde Toscano que diseñó el paso. Tiene talla de este autor, con la colaboración de sus hijos Rafael y Andrés, en los basamentos de los faroles y en la peana (1943-1960); la carpintería es de Daniel Salamanca y las figuras de los Evangelistas fueron restauradas por Miguel Arjona en 1989. Restaurado por Andrés y Manuel Valverde (1,999). El Señor luce potencias (1940) y corona de espinas, en plata sobredorada, esta última de Ángel Barbudo (1898), restaurada por Rafael Guzmán Olmo (1925). La túnica es de terciopelo morado con bordados en oro de las MM. Adoratrices (1922), restaurada por las mismas (1957 y 1961) y por Antonio Muñoz (1993).



Paso de Palio tiene respiraderos (1930), jarras de la delantera (1922) y de entrevarales (1931), en metal plateado, de Manuel Seco; varales (1950) y peana (1961-63), en alpaca plateada, de Rafael León; candelería, de 80 piezas, en alpaca plateada (1962-63) de Hijo de José Rodríguez Sanz y candelabros de cola, en plata, de Hnos. Lama (1996). El palio, en terciopelo negro, tiene bordados en oro de las MM. Adoratrices (1950-60) y en el interior de algunas bambalinas, en terciopelo morado, de Antonio Muñoz (1991-92); el manto es de terciopelo negro con bordados en oro de las Adoratrices (1924), pasados por Talleres Pozo en 1986; la saya (1999) tiene diseño y bordados en oro, sobre terciopelo negro, de Antonio Muñoz La corona en plata sobredorada de la segunda mitad del XIX ha sido restaurada en 1925, en 1958 y, por Alfonso Luque, en 1985.



Hábito Procesional

Túnica morada, cubre rostro y cíngulo negros.

Estación de Penitencia: Jueves Santo

Casa Hermandad: Cuesta de San Cayetano 10.



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