Con un retraso de tres cuartos de hora debido a la imposibilidad de realizar el viaje entero en helicóptero a causa del mal tiempo, el Papa Francisco llegó este miércoles al santuario mariano de Aparecida y se dirigió directamente al camarín de la Virgen para rezar ante ella en silencio, emocionado, durante algunos minutos.
Después leyó una plegaria escrita en portugués, con párrafos conmovedores: «En vuestras manos pongo mi vida», «Madre Aparecida, ayuda a los jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud ¡Cuánta fuerza, cuánta vida, cuánto dinamismo al servicio de la humanidad!, manténte siempre a nuestro lado, especialmente cuando la Cruz se haga más dura».
El Papa estaba a punto de romper a llorar. Dejó unas flores cerca de la imagen (que era una copia de la original) y, ante la imposibilidad de tocarla debido a la altura, acarició el marco de metal y luego dio un beso a esa mano. A continuación pasó a la sacristía, donde vistió los ornamentos blancos para la misa.
Al comienzo de la ceremonia, besó con devoción y mostró orgulloso a los fieles la imagen de la virgen negra, que le pasó el arzobispo de Aparecida, Raymundo Damasceno Assis, para ponerla sobre un pedestal desde donde presidió la misa celebrada en el altar del centro del inmenso santuario.
El Santo Padre tenía aspecto sonriente y descansado, después de haber dedicado el martes a reposar del viaje trasatlántico realizado el lunes. Su primera jornada de actividad en Brasil comenzó con una peregrinación «personal» al santuario mariano de Aparecida, patrona del Brasil.
Más de 100.000 fieles
Allí le estaban esperando más de 100.000 fieles que habían desafiado la lluvia y el viento para ver al Papa desde la explanada del santuario o a su paso en «papamóvil» descubierto por las calles de la ciudad.
Después de los fallos de seguridad el lunes en Río de Janeiro, que dejaron al Papa atrapado en embotellamientos de tráfico en zonas sin vallas en tres ocasiones, el trayecto del «papamóvil» por las calles de Aparecida después de la misa estaba perfectamente estudiado: circularía a 20 kilómetros por hora durante 25 minutos en un trayecto protegido por 1.200 vallas de 1,20 metros de altura.
Veneración de una imagen
El aterrizaje del Súper Puma en el helipuerto del mayor santuario mariano del mundo desató una oleada de emoción. El Santo Padre saludó a los fieles camino de la gigantesca basílica que custodia una virgen negra, «aparecida» en las redes de unos pescadores en el rio Paraíba en 1717, cuando lo único que había en esos parajes era una modesta aldea.
Por el camino ordenó parar el coche descubierto cuatro o cinco veces para besar niños que le acercaba el jefe de seguridad, Domenico Giani, a petición de los padres o las madres. Nadie saltó a su paso y las vallas con contrafuerte resultaron muy eficaces para que el traslado del helipuerto a la basílica se realizase sin sobresaltos.
El Papa veneró una copia de la pequeña imagen, de sólo 40 centímetros de altura, en la «Sala de los doce Apóstoles», y rezó por el buen desarrollo de la Jornada Mundial de la Juventud que se está celebrando en Rio de Janeiro. Le acompañaban tan sólo obispos locales, pues los 250 obispos venidos de todo el mundo permanecieron en la capital carioca dedicados a las catequesis con los jóvenes.
Homilía en el santuario
En su homilía, el Papa recordó que hace seis años, durante el encuentro de todos los obispos latinoamericanos, sucedió en ese santuario «algo muy hermoso, que pude constatar personalmente: ver cómo los obispos se sentían alentados, acompañados y en cierto modo, inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen».
Según el Santo Padre, que se ocupó de preparar el documento final, aquella reunión del Consejo Episcopal Latino Americano (CELAM), «fue un gran momento de Iglesia. Puede decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María».
En esta nueva circunstancia «de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María –que amó a Jesús y lo educó-, para que nos ayude a nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores a trasmitir los valores a nuestros jóvenes».
«Dios no deja que nos hundamos»
El Papa invitó a mantener la esperanza ante las dificultades «en la vida de cada uno, en nuestra gente, en nuestras comunidades» sabiendo que «por grandes que parezcan, Dios no deja que nos hundamos».
Si bien es cierto que «nuestros jóvenes sienten la sugestión de tantos ídolos como el dinero, el éxito, el poder, el placer», no hay que dejarse desanimar por el mal: «Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad».
En esa línea, el Papa habló de tener confianza, «saber dejarse sorprender por Dios» y mostrar nuestra alegría pues «el cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña». Y para remachar la idea añadió: «El cristiano no puede ser pesimista. No puede tener el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo».
Recordatorio «No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo a Jesús»