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lunes, 11 de noviembre de 2013

El viejo costal: Al brillo del Llamador

Cómo llama la atención el brillo del llamador, cómo atrae a cantidad de personas, que casi siempre sienten que son más capaces, léase al mismo tiempo “más capataces” que los que regentan este puesto de privilegio.

Y es que mandar está muy bien visto; creen que ordenar y que todos obedezcan, es una sensación plena de realización, máxima aspiración y la cumbre de toda su vida, que fácil, que simple parece.

Actúan este tipo de aspirante a capataz, y a lo largo de mi vida he visto a mucho de ellos, tendiendo a desvalorar la labor de otro, a desprestigiar lo realizado por el titular de la plaza, para señalar y señalarse como sujeto más valido, incapaz de cometer errores, más conocedor y mejor hacedor de esta función.

Todos estos sujetos piensan, que, el negro del traje es el color que mejor les va a ellos.

Lo desean con todas sus fuerzas, he visto muchas veces, quizás demasiadas, que existen personajes que han llegado a esperar una oportunidad unas decenas de años, y que no dándose la misma, hasta se han obligado a regentar su hermandad, no por la necesidad de hacerlo bien, sino por coger el llamador, otros al revés, por tener el llamador en las manos, se han creído que pueden regentar su hermandad.

En otros casos, más imperdonables, he visto algún candidato, que ha regalando el llamador de su hermandad, consiguiendo con ello, los votos de los hermanos costaleros.

Otros han dado la responsabilidad de la gestión de su cuadrilla a quien tanto y tanto lo deseaban, deseo, que no significa que ninguno sea el más adecuado para ello, ni el capataz, ni el regente.

De esta manera a lo largo de mi vida he llegado a ver hermandades perdidas en guerras inútiles, guerras entre hermanos, conspiraciones, traiciones, habladurías, etc.

Estas hermandades han llevado a sus pasos a la calle sin identidad alguna, simplemente andan. Andan todos con una impresionante similitud, sin firma, sin estilo propio, raspando algunas veces la ridiculez en sus formas y otras quedando difuminados, como una persona en la noche vestida con ropas oscuras, simplemente desaparecen de la vista.

Vamos a pensar que algunas veces es bueno que un capataz tenga una serie de cualidades. Todas necesarias, simples algunas, y otras muy complicadas. Es necesario que un capataz sea líder, líder real, no impuesto, al que todos sigan, sin necesidad de ordenar y que mentalice a todos de la unidad de sus miembros, hasta alcanzar que, siendo muchos, sean como uno solo.

Es necesario que un capataz sea capaz de transmitir el amor hacía nuestros Benditos Titulares, haciendo que cada uno de sus costaleros sientan por ellos una pasión incuestionable, que incluso les ayude a superar el dolor terrenal.

Que sea capaz de trasladar a sus costaleros la necesidad de su presencia, además del día de salida, en todos los demás actos de su hermandad, cultos, vía crucis, traslados, celebraciones, y un largo etc, conviviendo y participando de cada uno de ellos.

Que sea capaz de enseñarle a cada costalero de su cuadrilla que lo verdaderamente importante no es la salida, ni los ensayos, sino el servicio desinteresado a sus Titulares, y a su hermandad, y que sobre todas las cosas a los mandamientos más importantes: “amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”.

Ha de ser capaz también de enseñar a todo el grupo -a los que a cada lado van contigo como si un solo hombre fueran, tus propios hermanos-, que como hermanos se ha de vivir la experiencia de disfrutar desde el oscuro claustro de la gualdrapa, que lo importante no es el lugar, ni el puesto que ocupas; patero, corriente, fijador, que lo único importante es el servicio a Dios, en este caso, como autentica catequesis por las calles (origen de nuestra peculiar tradición).

Cuando el grupo se forma como un único ser, todos como hermanos, no existen clases sociales, no existen diferencias entre iguales, no son necesarios los tratamientos respetuosos, cuando la igualdad es plena, la integración continua de nuevos miembros es constante y rápida.

Ha de enseñar también, que lo que auténticamente hace disfrutar, es ceder cualquier privilegio a tu hermano, como si lo hicieras para ti mismo, “toma mi costero, hermano, déjame que te fije, o dejadme la corriente, que como voy siendo viejo, quiero disfrutar de ella, tú eres demasiado nuevo para saber de que te hablo, toma, disfruta y acuérdate cuando seas mayor”.

Es tan difícil, que muchas veces son matices livianos, muy sutiles, pero suficientes para marcar un clara diferencia, y hacer de algunas cuadrillas autenticas escuelas de cristiandad, de hermandad, de fraternal amor, de respeto y aceptación de tu compañero,  por una simple cuestión, que se trata solamente de tu hermano.

Cualquiera es capaz de mandar, desde la delantera de cualquier paso, con ayuda de sus contraguías, evitando el roce en la puerta, el golpe con la farola, el balcón, calcular o medir los pasos por minutos, la longitud de los mismos.

Lo realmente difícil para un capataz es mentalizar como un solo corazón con una sola aspiración a un grupo centenario de personas, y que actúen como un único ser.

Más difícil que cada costalero trasmita el amor hacia sus titulares, y que todos participen en cada acto, culto, celebración y en la vida fraternal de su hermandad.

Hemos visto en algunas ocasiones como este centenar de hermanos se abrazan antes de entrar en el templo, padres, esposas, hijos, estampa absoluta del buen hacer de un capataz, de los que saben hacer cuadrilla, de los que saben hacer hermandad.

Otros capataces solo lucen durante el día de la salida, perdiendo el tiempo durante el resto del año, porque no han sabido, sobre el barro de los corazones de estos hombres, labrar la autentica medalla del cofrade, la necesidad de amar a su prójimo, y la de servirle desinteresadamente.

De estos buenos capataces conozco más bien pocos, de los que se sienten obligados a serlo, más bien muchos, de los que venden lo que no tienen, y compran lo que no saben, algunos, y otros, los menos, no quieren ser capataz, pero si saben cederte su sitio y amarte como hermano, estos son los auténticos costaleros.


Paz y Bien.

Antonio Alcántara Zafra







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