LO ÚLTIMO

domingo, 17 de noviembre de 2013

Homilía del Obispo de Córdoba en la Misa del Rocío de la Fe

Excmo. Cabildo de la Catedral, Hermandades del Rocío de la diócesis de Córdoba: de la ciudad de Córdoba, de Puente Genil, de Priego, de Cabra y de Lucena. Hermandad Matriz de Almonte, que portáis vuestro Sinpecado y la presencia de la imagen del Rocío entre nosotros. Señor Presidente de la Agrupación de Cofradías de Córdoba. Queridos hermanos y hermanas todos, rocieros y devotos de María Santísima del Rocío. 

Saludo con respeto a las autoridades que nos acompañan. Y a todos los que prestáis vuestro trabajo extraordinario para este acontecimiento: policía local, protección civil, etc.


La alegría de la fe

Qué alegría sentir cerca a nuestra Madre Santísima, qué alegría recibir su visita en nuestra casa, qué alegría trae consigo siempre la presencia de María. Quien tiene cerca a la Madre no tiene miedo, y por eso estamos alegres.

“Cuando tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre” (Lc 1,44), exclama Isabel al recibir la vista de su prima María.


Esta tarde recibimos a María Santísima del Rocío en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba con motivo del Año de la Fe. Estamos celebrando el Rocío Magno de la Fe, y nuestra alegría es magna y desbordante. Habéis venido trayendo el Sinpecado de la Hermandad Matriz de Almonte, de junto al Santuario de la Virgen del Rocío, a donde acuden romeros y Hermandades de tantas partes de Andalucía y de España entera para honrar a María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra. Hoy, esta tarde, es Ella la que viene a nuestro encuentro, como un día fue a casa de Isabel, llenando de alegría la casa y a todos los que estaban allí. Porque María lleva siempre consigo a ese pastorcito divino, Jesucristo, alegría del mundo.

Queridos hermanos:  la fe en Dios, la fe en Cristo nuestro Redentor, la fe en María su Madre Santísima, es siempre generadora de alegría, de amor y de esperanza, y por eso mismo es un factor que hace progresar a la sociedad por caminos de justicia y de compromiso por un mundo mejor. La fe no es algo pasajero, no es una emoción superficial, la fe como virtud teologal es un don del Dios que nos ha revelado Jesucristo, dándonos a conocer su amor y su perdón, haciéndonos hijos suyos y abriéndonos la esperanza del cielo.

El hombre religioso no es una persona alienada de la realidad en la que vive. El cristiano conoce muy bien las penalidades de la vida, las carencias tremendas de los momentos de crisis. El cristiano no se resigna a esa situación, sino que busca caminos de renovación de los corazones y de las estructuras sociales. Por eso, el cristiano no se aprovecha de los demás, dejando que la codicia envenene su corazón. El cristiano no gestiona el dinero de todos en la cosa pública a su favor, introduciendo en las instituciones públicas la injusticia institucionalizada. El cristiano es hombre de bien, es hombre de concordia y de paz, es hombre que construye en positivo, es hombre que tiende la mano a todos para construir con lo bueno de todos un mundo más humano y más fraterno.

El compromiso con los pobres y los desfavorecidos brota de la fe verdadera. María Santísima nos muestra el sufrimiento de tantos hermanos nuestros, que no tienen hoy para comer, o ven amenazado su hogar con la inestabilidad de su vivienda, con la falta de trabajo, con la precariedad de la vida. María Santísima nos enseña esas imágenes devastadoras de los que sufren el huracán en Filipinas, y nos invita a escuchar a Jesús, a hacer lo que él nos diga, a salir al encuentro de nuestros hermanos necesitados, a compartir con ellos lo que buenamente tenemos.

La alegría de la fe es una alegría comprometida con nuestros hermanos. Pero ante todo la alegría de la fe es la alegría que brota del encuentro con Dios. ¿Cómo pretenden algunos construir un mundo sin Dios, eliminarlo del espacio público? ¿Y por qué tratan de imponérnoslo a todos, ignorando que la inmensa mayoría de nuestro pueblo es creyente? Cuando el hombre camina en esa dirección, -la de construir un mundo sin Dios-, lo que consigue es construir un mundo en contra del hombre.

En un mundo sin Dios, el hombre no alcanza a respetar los más elementales derechos humanos. En un mundo sin Dios, no se respeta el derecho a la vida, no se respeta la dignidad de la mujer, no se tiene en cuenta la igualdad fundamental a la que todos tenemos derecho, no se respeta la justicia de dar a cada uno lo suyo, sin robar al otro lo que le pertenece. En un mundo sin Dios, no cabe la religión ni en el corazón del hombre, ni en la plaza pública, ni en la escuela. Un mundo sin Dios sería una catástrofe peor que los campos arrasados por los desastres atómicos.

“Dichosa tú que has creído” (Lc 1,45), Virgen María

María recibe esta alabanza de su prima Isabel y nos invita a todos nosotros a creer en Dios y en su Hijo Jesucristo, a considerarnos hijos fieles de la Iglesia católica, a la que amamos como a nuestra madre. María nos invita a ser creyentes y coherentes en nuestra vida con la fe que anida en nuestro corazón, porque la hemos recibido en el bautismo.

El Año de la fe fue proclamado por el papa emérito Benedicto XVI, con ocasión del 50 aniversario del Concilio Vaticano II para que ahondemos en las raíces de nuestra existencia y renovemos nuestras adhesión sincera a Cristo y a su Evangelio. Para que agradezcamos a Dios el don inmenso de ser creyentes y le pidamos humildemente la coherencia de nuestra vida con la fe que profesamos.

El mundo cofrade de Córdoba ha querido celebrar y expresar su fe, en este Año de la fe, con acontecimientos extraordinarios como éste del Rocío Magno de la Fe o como el pasado Viacrucis Magno de la Fe del 14 de septiembre, u otros muchos actos en cada una de las parroquias y de los pueblos de la diócesis. Gracias a todos, queridos cofrades. Sois capaces de mover una ciudad entera, y produce una inmensa alegría ver que nuestra Madre Santísima es honrada y querida por todos sus hijos.

Tanto este acontecimiento de hoy, como el del pasado 14 de septiembre, han desbordado todas las expectativas de sus mismos organizadores. Y es que Córdoba es un pueblo creyente, profundamente creyente, ¿no lo veis? Basta que este pueblo sea convocado a manifestar su fe en Cristo Redentor o en su Madre Santísima, para que salga a la calle, superando todo tipo de dificultades, con tal de decir en alta voz: Sí, soy creyente, soy cristiano, soy hijo de la Iglesia Católica y la fe en mi vida no es un barniz superficial, sino la expresión más honda de mi vida y de la identidad de nuestro pueblo.

Gracias, queridos cofrades, a vuestro trabajo, de manera habitual y constante en torno a la Semana Santa o a las fiestas de vuestros sagrados titulares. Y gracias al trabajo extraordinario que lleva consigo un acontecimiento como éste. Cómo no vais a tener el apoyo y el reconocimiento de la Iglesia, a la que pertenecéis, y del Obispo que reconoce vuestra dedicación. Las Cofradías han nacido en el seno de la Iglesia, son la Iglesia. Las Hermandades y Cofradías sois una parte privilegiada de la Iglesia. Con vuestra participación y vuestra devoción dais vida, calor y color a una fe que se expresa en esta cultura concreta, en estas tierras de Andalucía. No sois una asociación cultural o un simple fenómeno de masas, al que hay que prestar protección civil. Sois cofrades, sois creyentes, sois hijos de la Iglesia y de María santísima. Sois una fuerza potentísima con la que hacer frente al secularismo que nos invade. Sois un caldo privilegiado para la transmisión de la fe en vuestras familias y en nuestro pueblo andaluz. Cómo me alegra ver a tantos jóvenes en el seno de las distintas cofradías. Dadles a Jesucristo, no les defraudéis. Vivid con alegría esta fe y hacerla fructificar en el compromiso cristiano de cada día.

Qué alegría proporciona la fe, que nos da fuerza para seguir adelante, en la esperanza del cielo. Qué alegría estar esta tarde con nuestra Madre Santísima, la Virgen del Rocío, que ha venido a visitarnos. Qué alegría pertenecer a la Iglesia Católica, que nos acompaña siempre y nos acompaña especialmente hoy en este Rocío Magno de la Fe.

Hemos recordado en este año 2013 el vigésimo aniversario de la visita del Papa Juan Pablo II al Rocío. Esa visita ha constituido como un momento histórico en el acercamiento a la piedad popular por parte de toda la Iglesia, y será para siempre un momento inolvidable para los almonteños y para todos los devotos de la Virgen del Rocío. He solicitado una reliquia de su cuerpo, y podré entregarla al final de la Santa Misa, para veneración de todos los devotos del Rocío, que están muy agradecidos al beato Juan Pablo II por aquella visita. Que el Beato Juan Pablo II, modelo universal de devoción a la Virgen, interceda por nosotros.

Gracias, Madre bendita del Rocío. Muéstranos siempre al fruto bendito de tu vientre, que es Jesús. Amén.

Santa Iglesia Catedral de Córdoba, 16 de noviembre de 2013

Córdoba celebra el Rocío de la Fe











Hoy en GdP