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lunes, 11 de noviembre de 2013

Todo fue aquí. Siguiendo las huellas de Jesús

Un buen número de los 53.531 ciudadanos españoles que a lo largo de 2011 visitaron Tierra Santa lo hicieron formando parte de peregrinaciones promovidas por hermandades o parroquias. No es la monumentalidad de sus iglesias ni la belleza de sus parajes lo que invita a estos peregrinos a recorrer más de 3.500 kilómetros en avión para desembarcar en Israel. Buscan otra cosa. Una experiencia que transformará sus vidas.

Ansiedad por sus parajes, nostalgia por su luz, deseos irrefrenables de volver. Todos los que han visitado alguna vez Tierra Santa con una mínima sensibilidad de creyente son víctimas a su vuelta de este extraño síndrome. Invadidos por una mágica felicidad, los peregrinos que se han sentido pescadores de hombres surcando en la barca de Pedro el mar de Galilea o se han compadecido del tormento que sufrió el Nazareno al llorar sangre sobre la Roca de la Agonía sienten a su regreso a casa transformadas sus vidas después de un viaje espiritual que vapuleará sus conciencias y les marcará para siempre. A pesar de que los santuarios erigidos sobre los lugares evangélicos de la antigua Palestina, la mayoría levantados en el siglo pasado, transmiten una escasa impresión de los acontecimientos que tuvieron lugar tiempo atrás, las huellas de Jesús siguen hoy día, 2.000 años después de la Encarnación, saliendo al encuentro de todo el que va a buscarlo.

Y es éste el motivo por el que cada año son más y más los peregrinos que deciden hacer un breve paréntesis en sus vidas para embarcarse en este viaje a la geografía santificada con la presencia terrenal del Hombre-Dios. Sólo en los últimos años las peregrinaciones a Tierra Santa se han disparado casi de manera exponencial y rara es la hermandad o la parroquia de Sevilla que no programa a lo largo de su actividad anual un salto en avión de más de 3.500 kilómetros para recorrer la Geografía de la Salvación. De esta fiebre desatada por pisar Israel, de sus causas, de sus síntomas y también de su tratamiento terapéutico para el alma, sabe mucho Javier López, director de peregrinaciones de Viajes Cajasol y uno de los cicerones más experimentados para dejarse llevar por los lugares donde las Escrituras toman vida. Empezó a organizar peregrinaciones a Israel en 1996 y desde entonces ya ha pisado los Santos Lugares en 16 ocasiones acompañando a grupos más o menos numerosos. "Junto con el cardenal Amigo organicé una en la que fuimos tres aviones chárter desde Sevilla directo a Tel Aviv, uno tras otro, juntándonos más de 600 peregrinos". Experto en turismo religioso, su departamento organiza no sólo peregrinaciones a Tierra Santa sino también a Lourdes, Roma, Fátima, Guadalupe, Polonia y un sinfín de lugares de fe. Sin embargo, él también percibe algo distinto en la tierra de Jesús. "Aquí está la cuna de nuestra fe, es donde empezó todo.y aunque los demás sitios de peregrinación también transmiten algo misterioso, los santos lugares de Tierra Santa te impregnan de fe".


Otro guía de grupos, en este caso espiritual, el padre Manuel Soria Campos también es un avezado conocedor de los Santos Lugares, a los que visita con frecuencia. Él también trata de desnudar las sensaciones que embargan al peregrino que pisa por vez primera la Tierra Prometida por Dios a Moisés. "No es tanto el patrimonio artístico que te puedas encontrar allí, ni tampoco la belleza de sus parajes o monumentos. Es la espiritualidad de los lugares que se recorren la que es capaz de propiciar, a las personas con cierta sensibilidad religiosa, ese encuentro personal con el Señor… Estás contemplando algo que contemplaron los ojos del Señor". La lectura de los pasajes evangélicos en cada uno de los lugares santos acompaña siempre a los grupos de peregrinos. "Para los cristianos esta peregrinación acaba convirtiéndose casi en unos días de ejercicios espirituales o de retiro, ya que la Palabra de Dios nos acompaña todo el camino", expone Soria.

¿Pero qué le espera al peregrino en Tierra Santa una vez supera los intensos e incómodos interrogatorios de la seguridad israelí en el aeropuerto internacional de Ben Gurión, bautizado así en memoria del hombre que proclamó la independencia del Estado de Israel en 1948? Le aguarda un recorrido por los escenarios bíblicos más importantes de la vida de Jesús, una travesía por poblaciones y regiones antaño humildes (hoy muchas de ellas todavía lo siguen siendo) y que adquirieron una reputación mundial por haber sido escenario de la vida pública o las enseñanzas del Nazareno.

Un viaje tipo por esta pequeña porción de tierra escogida por Dios para revelarse al hombre podría arrancar con el traslado en autobús desde Tel Aviv, centro comercial y financiero de la Israel moderna, hasta la región de Galilea, al norte del país, pasando por Samaria. Los traslados por el país suelen ser cortos. Baste decir que la extensión de Israel es inferior, por ejemplo, a la de la provincia de Badajoz. "Demasiada historia para tan poca geografía" se ha escrito en más de una ocasión sobre este enclave único en el mundo donde coinciden múltiples civilizaciones y culturas, tres religiones monoteístas y una guerra latente sin visos de conclusión.

El trayecto en autobús desde Tel Aviv, la metrópoli más grande y cosmopolita del país, bañada por el Mediterráneo, hasta Nazaret, la ciudad de la infancia y la juventud de Jesús, permite divisar fragmentos de esa masa de cemento de ocho metros de altura y 780 kilómetros de longitud levantada por Israel en nombre de la seguridad para ejercer su control sobre las comunidades palestinas. Un primer pellizco de incompresión atenaza el alma.

Ya en Nazaret, primer destino del apretado programa, la imponente Basílica de la Anunciación, diseñada en forma de faro, se alza majestuosa dominando la ciudad en cuya sinagoga Jesús proclamó su ministerio y sufrió las iras de una muchedumbre enfurecida que quiso despeñarlo desde el llamado Monte del Precipicio. Desde la cima de este despeñadero se disfruta de unas extraordinarias vistas sobre el valle de Esdrelón y el caserío de la vieja ciudad de Nazaret. Y si la niebla lo permite, también se puede divisar la suave colina del monte Tabor, escenario del Milagro de la Transfiguración de Cristo, y a cuya moderna iglesia, construida sobre su cima en 1924, se asciende por una serpenteante carretera de 22 curvas sólo accesible a minibuses.

No muy lejos de allí, el autobús traslada a los peregrinos al monte de las Bienaventuranzas, cuya natural orografía "en forma de teatro romano" se ha demostrado científicamente que favoreció la audición del sermón de la Montaña por parte de las muchedumbres que seguían a Jesús. Una iglesia octogonal que mira al Mar de Galilea recuerda a los visitantes las ocho bienaventuranzas que compendian el programa de Dios.

La ruta sigue hacia Tabgha, el lugar donde el Señor alimentó a la multitud con cinco panes y dos peces (una iglesia moderna recuerda el milagro de la multiplicación), y continúa después hacia la Iglesia del Primado de Pedro, una pequeña capilla de basalto negro situada a orillas del Mar de Galilea o de Tiberiades donde, ya resucitado, Cristo comió junto a sus discípulos sobre una piedra natural llamada la Mensa Christi (la Mesa de Cristo). Misteriosamente las piedras de la playa cercana tienen forma de corazón y recuerdan esas tres interpelaciones del Señor a Pedro a las que finalmente el discípulo respondió con fe y humildad: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo". Este encuentro íntimo con el susurro de las olas del Mar de Galilea (en realidad un lago interior de agua dulce de apenas 21 kilómetros de longitud), donde Jesús calmó la tempestad y le indicó a sus discípulos dónde echar las redes para llenarla de peces, constituye sin duda una de las experiencias más hondas del viaje. El llamado pez de San Pedro es uno de los platos predilectos de la cocina local.

En Cafarnaum, ciudad donde se establece Jesús tras ser rechazado en Nazaret, aún es posible contemplar los restos de su deslumbrante sinagoga, construida en el siglo IV sobre los cimientos de la de tiempos de Jesús, en la que el Maestro enseñaba su doctrina, así como los restos de la casa de San Pedro, sobre los que parece haber amerizado una iglesia en forma de platillo volante. La intensa jornada culmina en Caná, sitio en el cual Jesús realizó su primer milagro en público, y donde los matrimonios suelen renovar su amor al pie del altar de la iglesia franciscana donde es posible contemplar algunas de las vasijas de vino diseñadas en forma similar a las utilizadas en el milagro.

El grupo deja atrás Nazaret después de apurar unas horas en esta ciudad recorriendo la llamada Fuente de la Virgen, el interior de la Basílica de la Anunciación (famosa por sus obras de arte donadas por comunidades cristianas de todo el mundo que retratan a la Virgen) y la iglesia de San José. El siguiente alto en el camino es en el río Jordán, donde peregrinos de todas las confesiones renuevan sus promesas bautismales bajo la atenta mirada de soldados israelíes y jordanos armados hasta los dientes y dispuestos, vigilantes, en una y otra orilla. Una parada en Jericó, que reclama para sí el título de ciudad más antigua del mundo, permite admirar el gran sicomoro al que se cree que trepó Zaqueo para ver y escuchar a Jesús. La expedición continúa hacia el Mar Muerto, el punto más bajo sobre la superficie de la tierra, a 400 metros por debajo del nivel del mar. Con 76 kilómetros de largo, su alto grado de salinidad, la alta presión atmosférica y las elevadas temperaturas durante todo el año son las responsables de que este famoso lago, dominado en el horizonte por la cordillera del Moab, se seque a un ritmo de un metro por año. Debido a su alto contenido en sales es imposible hundirse en él. De aquí el peregrino se llevará las fotos más lúdicas del viaje.

Después de un tiempo de ocio a orillas del Mar Muerto, el alma del peregrino se predispone, al fin, a divisar por primera vez desde las alturas del monte Scopus la Ciudad Santa, Jerusalén, sagrada para las tres religiones monoteístas y escenario de la crucifixión y resurrección de Cristo. Ante nuestros ojos, una silueta fuertemente amurallada y dominada por la visión de la cúpula dorada de la mezquita de la Roca. Es imposible sustraerse a la emoción que supone pisar los umbrales de Jerusalén.

Una primera incursión intramuros por la Puerta de Jaffa conduce a la expedición directamente hacia la Basílica del Santo Sepulcro, erigida en memoria de los últimos acontecimientos de la Pasión de Cristo y foco mundial de la peregrinación cristiana. Oprimido por un dédalo de callejuelas estrechas, en el interior del complejo edificio se visita el lugar del Calvario o crucifixión de Jesús, la piedra de la unción (donde se preparó su cuerpo antes del entierro) y la tumba el Santo Sepulcro, donde yació el cuerpo del Nazareno desde el anochecer del viernes al amanecer del domingo. Ni la masificación del edificio, ni las incomodidades de la visita, ni siquiera la coincidencia en los cultos de las distintas confesiones copropietarias del templo pueden distraer al peregrino de la honda vivencia del misterio pascual que emanan los muros de esta vieja iglesia, de cuya visita siempre acabará recordando un olor: el del aceite de rosas con que cada día se impregna la Piedra de la Unción.

No hay mucho tiempo para digerir las sensaciones y las emociones vividas en la Basílica del Santo Sepulcro. Antes de la cena espera aún una visita a los olivos milenarios del Huerto de Getsemaní, donde se levanta la Basílica de la Agonía, una de las más hermosas de Jerusalén, y en cuyo presbiterio es posible apreciar y palpar, rodeada por una artística reja en forma de corona de espinas, parte de la Roca de la Agonía, donde el Señor se apartó de sus discípulos para orar al Padre momentos antes de su Prendimiento. Allí recibe a la expedición el padre Rafael, un franciscano nacido en Triana que ha cumplido ya 60 años como custodio de los santos lugares. Tanto tiempo lleva en Tierra Santa este fraile de menuda figura y gran corazón que hasta llegó a conocer la ciudad de Jerusalén sin semáforos. "Esto era antes un sitio muy tranquilo, por eso Jesús se venía a rezar aquí. ¡Hoy no vendría!", espeta este hombre santo que ha acogido en su monasterio a tres Papas: Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Antes de seguir exprimiendo los tesoros de la Ciudad Santa, el grupo emprende camino hacia Belén, en territorio palestino. Quien vaya a Tierra Santa buscando un certificado de autenticidad debajo de cada piedra pierde el tiempo. Hoy día, por ejemplo, hasta tres confesiones distintas (franciscanos en nombre de los católicos, griegos ortodoxos y protestantes) se disputan la posesión del "auténtico" Campo de los Pastores. Pero Tierra Santa es más una vivencia que un acta notarial. La Basílica de la Natividad esconde bajo el coro otra de las fotos más esperadas del viaje: la de la estrella de plata que señala el lugar del nacimiento de Jesús.

Espera de nuevo Jerusalén y un descenso a pie por la ladera del Monte de los Olivos haciendo escalas en la capilla de la Ascensión, la Iglesia del Pater Noster, la de Dominus Flevit, la Tumba de la Virgen... El grupo apura sus horas finales en Tierra Santa. Por delante quedan aún vivencias impactantes: el Muro de las Lamentaciones, la visita a la explanada del templo (con la visión enfrentada de las mezquitas de El Aqsa y el Domo de la Roca), la iglesia de Santa Ana, la piscina probática de Betsaida, la iglesia de San Pedro in Gallicantu o Casa de Caifás (donde es posible descender hasta la escalofriante caverna subterránea donde Jesús fue aprisionado), la Basílica de la Dormición, el Cenáculo, la Tumba del Rey David… Y qué mejor broche para despedirse de Jerusalén que rezar las 14 estaciones del Viacrucis por la Vía Dolorosa siguiendo el recorrido serpenteante que se extiende desde el sitio de la antigua Fortaleza Antonia hasta la iglesia del Santo Sepulcro.

Es hora de partir. Rosarios de madera de olivo, agua del Jordán y cruces de nácar vuelan en una repleta maleta de vuelta a casa. Ya a bordo del avión de El Al que conduce al grupo a la T4 de Barajas la nostalgia empieza a apoderarse de sus corazones. El peregrino no sólo ha pisado los lugares donde vivió el Señor y derramó su sangre, también ha escuchado muy de cerca, casi al oído, la voz del Buen Pastor de Belén, la del carpintero de Nazaret, la del Rabbí que enseñó en la sinagoga de Cafarnaum, la del Pescador de Hombres que anduvo sobre las aguas del mar de Galilea, la del Nazareno que cargó con la cruz y la del Salvador de la Humanidad en el Gólgota. Shalom Aleichem Israel.








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