Siempre he manifestado mi rechazo a la idea de mezclar el mundo de las
cofradías con otros mundos: el ideológico, el político… En este artículo no me
voy a detener en la inconveniencia de que las Hermandades se posicionen a favor
una u otra ideología, o manifiesten determinadas posiciones políticas. Quiero
hablar sobre lo peligroso que resulta mezclar la política con las Hermandades,
especialmente en el sentido de querer jugar a ser político en el seno de las
mismas.
El ansia de poder es tan antigua como el hombre. En tiempos de Jesús, era
un mal muy extendido, y Jesús lo reprendía públicamente. Algo que terminó por
costarle la vida. Él denunciaba, entre otras cosas, la utilización del nombre
de Dios para lograr una buena posición o dinero. ¿No es esto trasladable a la
actualidad de las Cofradías? Hace no mucho observé un bochornoso espectáculo en
la Basílica de la Macarena de Sevilla, en el que unos ¿cofrades? celebraban la
victoria electoral de su candidato como si se tratara de la consecución de un
título futbolero, olvidando el lugar en el que estaban y a lo que representaban.
Algo que me hizo pensar… Estamos perdiendo el norte, una vez más.
Parece que todo vale para lograr un puesto en una junta de una Hermandad.
Se olvida que en las Hermandades se está de paso, que estas han existido desde
siempre y muchísima gente ha pasado por ellas, dejando más o menos huella. Eso
es lo de menos. Lo de más es que el único denominador común histórico en las
Hermandades suelen ser los sagrados titulares, que, en definitiva, representan
a Jesús o a María. Quienes forman parte de las juntas de gobierno lo único que poseen
es una responsabilidad: la de salvaguardar el patrimonio cultural y humano de
la Hermandad, la de dejar una herencia como la que ellos recibieron a los
futuros hermanos de la corporación. Lo más grave es que volvemos a idolatrar a
otros elementos -en este caso el (falso) poder- como si fueran Dios. Y, que yo
sepa, el verdadero poder no lo tienen los hombres, en este caso, los hombres
que componen las juntas de las Hermandades. El poder lo tiene el de arriba, lo
demás, no es poder. Es un anhelo natural del ser humano que no debería entrar
entre los anhelos cofrades. El único poder que Dios otorgó al hombre es el de
poder amarnos los unos a los otros como él nos amó.
José Barea