Aún recuerdo, como si fuera ayer mismo, aquella noche de julio, cuando yo era un niño, cuando mi madre me dijo: “vamos pal Convento, que hoy bendicen un Cristo que han traído pa la Cofradía”. Y recuerdo una Iglesia del Carmen abarrotá, y a los carmelitas que aquí siempre habitaron: el padre Tarsicio, el padre Jurado, fray Manuel, fray Simón, … y recuerdo, como cada amanecer desde entonces, tu mirada serena y profunda, tu paso firme, tu esencia cautivadora, tu dulce nombre: Señor de la Humildad y Paciencia. Recuerdo tu silueta bailando en el aire entre nubes de incienso. Te recuerdo vestido de morado porque así te trajeron. Sobre una pequeña parihuela, al terminar la eucaristía de tu bendición, te recuerdo paseando por las calles de nuestra parroquia carmelita de S. Sebastián.
Desde aquel julio, ¡cuántas estaciones de penitencia!, veinticinco ni más ni menos, un sinfín de mágicos recuerdos, de lágrimas en los ojos al contemplarte por las calles de Hinojosa, ¡cuántas oraciones hemos depositado en tu mirada alzando nuestros ojos al Cielo!.