Lejanos quedan los días en los que la sociedad interpretaba que las acciones de un individuo solo, eran la unidad básica de la sociedad, como si este fuera su átomo, no olvidando con ello que la verdadera naturaleza de las sustancia es su átomo, pero que el mismo es invisible como tal, que para ver, tocar, usar, y conocer claramente una sustancia y que la misma actúe, en realidad hacen falta tener varios cientos de millones de átomos.
Hoy en día los benefactores desinteresados, mecenas, colaboradores que en otras fechas han sido tan valorados en las hermandades, en realidad en la actualidad, además de ser un “avis raris”, no son sujetos válidos para estas entidades que desde sus estatuto marco son declaradas “asociaciones públicas de fieles con personalidad jurídica pública…”
Son, le pese a quien le pese, “públicas” quedando ya lejanos aquellos días de quienes creían y aplicaban que su hermandad era un coto cerrado, donde la jerarquía social era la que era, dejando claramente separadas las “clases sociales”.
Y a pesar de todo, estas entidades históricamente han sido gobernadas de forma democrática, a pesar de que el entorno social fuera totalmente contrario, los hermanos en sus distintos estamentos, pero especialmente en los cabildos generales, en los ordinarios o extraordinarios, sin tener para nada en cuenta las clases sociales de los asistentes, dirimían primero discutiendo y después votando, de forma ejemplar, las actuaciones que emprenderían la junta de gobierno, léase la hermandad en el ciclo siguiente.