La semana pasada, nuestro nuevo compañero Isidro García Martín publicó en Gente de Paz un original artículo titulado “Día a día, una palabra que describe la Pasión”. En él, se narraba cómo en una tertulia cofrade se lanzaba al aire la petición de definir con un solo término cada día de los que componen la maravillosa semana que abarca desde el Domingo de Ramos al de Resurrección. El resultado era un collage de términos que representaban sentimientos, añoranzas y vivencias universalmente experimentadas por todos los que alguna vez fuimos parte del gran teatro que cada Luna de Nisán inunda las calles de Andalucía.
Desde el primer momento el texto despertó mi curiosidad y tras su lectura comencé a reflexionar acerca de las palabras que hubiese elegido y avanzando en mis pensamientos terminé cavilando qué palabras podrían evocar el universo cofrade en su globalidad.
Al imaginar una relación con las palabras más repetidas por los cofrades en general y "el capilleo" en particular, caí en la cuenta de que existe una que probablemente no sea la más usada pero que en mi humilde opinión es una de las que más chirrían cuando se emplea en este mundillo. Es uno de los términos que particularmente he escuchado con mucha frecuencia en mi vida cofrade, tal vez demasiada… una palabra que no huele a incienso, ni suena a música, ni luce como una candelería, ni camina como una cuadrilla, ni viste túnica, ni alumbra como un cirio, ni se mece como un varal, ni es estación de penitencia… Una única sílaba que ni siquiera es sustantivo y que es bandera del egocentrismo... la palabra "YO".