Un callejón a oscuras, sólo iluminado por la luz de la candelería. Un
palio de cajón arriado entre la poca gente que cabe en las aceras. Aroma de
incienso que anuncia la llegada del paso. Suena el llamador, levantá al cielo
que rompe el silencio de la noche. Comienza el redoble de los tambores destemplados, y el palio rompe a andar con el izquierdo. Suenan los primeros
compases de Virgen del Valle… Y, lo más importante: Ella, María caminando entre
varales.
¿Se imaginan este bello cuadro que les he bocetado? Cuánta hermosura…
Siempre digo que los palios encierran una poesía, una magia especial. Ese
vaivén de los varales y las caídas del palio, la música dulce, los rosarios
chocando contra el metal… Magia.
Los palios de cajón son, en muchas ocasiones, los grandes olvidados en la
Semana Santa. No hay mucha gente que aprecie una escena como la descrita en el
primer párrafo de este artículo. Los “cofrades” prefieren el bombo y el
platillo, el llanto de la corneta desgarrada y el solo de trompeta más largo
posible. La riqueza de las Hermandades y Cofradías exige la presencia de palios
de este estilo, no se me ocurre una manera más hermosa de transmitir el dolor,
la soledad, la tristeza de María que un palio de cajón que vaya como debe ir.