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lunes, 13 de enero de 2014

Señales de lo inmutable

La Señora de Córdoba destaca por una serie de rasgos de iconografía y estética que han pervivido durante décadas.

En el lenguaje moderno, y desde luego mucho más reciente que la ingente devoción que atesora desde hace siglos, se podría decir que la Virgen de los Dolores es un icono de la religiosidad popular de la ciudad. No tan extendido quizá como el Arcángel San Rafael, que vela en los triunfos de tantas plazas, pero sí con una estética personal e intransferible que se ha mantenido imperturtable, con pocos cambios, con el paso de los años.

No hay más que ver la silueta para saber que se trata de la Virgen de los Dolores, es uno de los secretos de su estética, pero no el único. De nada habría servido sin la imagen labrada por Juan Prieto en 1719, según la estética del siglo XVIII, en una sutil mezcla de pena profunda y de dulzura, todo reflejado en una policromía también inconfundible y pálida.

En su composición tiene un singular protagonismo las manos, pálidas y muy finas. La derecha siempre está un poco más baja que la izquierda, como si quisiera, como han dicho algunos devotos, recoger las peticiones y rezos que le dirigen los cordobeses. Muchas veces la mano tiene una corona de espinas con los clavos, aunque no siempre, mientras que en la izquierda es habitual un pañuelo, aunque los cambios están permitidos.

Lo que en otras imágenes es un recuerdo de lo antiguo, en la Virgen de los Dolores es tradición inmutable, y por eso el óvalo facial se rodea con un rostrillo, casi siempre enjoyado de grandes ofrendas. Era una forma habitual de engalanar a las imágenes marianas, y que sigue siendo tradicional en muchas de gloria, como las del Rocío y Araceli. Lo tuvo en tiempos la Virgen de las Angustias, como muestran las fotos del siglo XIX, pero hoy sólo la Señora de Córdoba lo conserva, y también, desde los años 70, la Virgen de las Tristezas, titular de la cofradía de Ánimas.

El corazón

La tradición dice que el corpiño deberá terminar en forma de «V» y también se detiene en el pecho de la imagen, donde nunca falta alguno de los muchos y valiosos corazones de la imagen, casi siempre en plata y con las siete espadas que representan los Dolores de la Virgen. No han faltado estampas con el pecho casi liso, pero el corazón, con una espada o con las siete, es constante en la Señora de Córdoba.

La imagen, ligeramente inclinada hacia atrás, tiene una silueta característica por la disposición triangular del manto y la saya, que puede estar más o menos abierto, pero que siempre conserva la misma forma, con el corpiño además en forma de «V». Los únicos cambios están en las prendas bordadas, un rico ajuar que los devotos conocen: el manto de Alburquerque y la saya del cordero, ambas negras, de mediados del siglo XIX; el manto azul de las palomas y la saya roja, que le quitaron el luto gracias a la inventiva de Enrique Redel; el manto de los dragones que lleva el Viernes Santo, la saya blanca del Espíritu Santo, los dos conjuntos de Esperanza Elena Caro, uno de ellos de camarín, y el insólito y casi inédito manto de los bolillos, confeccionado con una técnica inusual en las cofradías.











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