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domingo, 30 de marzo de 2014

Verde Esperanza: Privilegiados del Señor



En estos días en los que el reloj comienza a acelerarse de una forma vertiginosa e inquietante, al menos para mí, tuve la inmensa suerte el pasado domingo de tener uno de los turnos del besapiés y besamanos de los titulares mi Hermandad. Como podrán figurarse, por delante de las sagradas imágenes circuló un gran afluente de fieles, devotos, linenses…

He de reconocer que soy de los que a veces va demasiado deprisa por la vida, se preocupa por nimiedades y no siempre disfruto de las pequeñas cosas. Sin embargo, en ocasiones suceden cosas a mi alrededor que me detienen en seco, llamadas de atención, señales… Llámelo como quiera.

Estando en mi Parroquia en este día tan especial para la Hermandad, en el que nuestros titulares están en besamanos y besapiés, me tocó ser testigo de conversaciones, unas veces habladas y otras calladas, entre personas mayores (y no tan mayores) y las benditas imágenes. Sinceramente, muchas veces no sabía como actuar, si alejarme un poco para no molestar en la oración, intentar ignorar lo que mis ojos y mis oídos percibían… No pude, estoy convencido de que el Señor me puso en ese lugar y momento exactos por alguna razón, como todo lo que sucede en la vida. Él quería que fuera consciente de aquello. No les voy a transmitir las palabras que capté, puesto que, al fin y al cabo, son lo de menos. Pero sí quería compartir con ustedes la reflexión que estoy seguro que el Señor quiso que hiciera a raíz de esos momentos en los que, simplemente, yo estaba ahí.

Somos privilegiados del Señor, pensé. Sí, nosotros, los cofrades. Él nos ha elegido para tender los puentes entre el pueblo y Él mismo. Bendita tarea la nuestra, que la mayoría de veces ignoramos o sobre la cual pasamos de puntillas. Gracias a las sagradas imágenes, cualquier persona puede acercarse a la Iglesia a hablar cara a cara con Cristo o María, a ponerles rostro, a rezar a través de los ojos. Es algo inexplicable ver a una persona mayor besar los pies del Señor para luego elevar su mirada hasta su semblante y cruzar sus ojos con los de Jesús, mientras apenas acierta a esbozar palabras con sus labios. U observar cómo un devoto se postra frente a la imagen de María, situada a su misma altura, prácticamente de igual a igual, y acaricia suavemente la mano que se dispone a besar, para posteriormente permanecer unos segundos buscando su mirada y susurrar sus plegarias. Toda una vida amando y rezando a sus imágenes, rogando por sus seres queridos o por cualquier otro motivo. Teniendo tanta confianza y amor hacia Jesús y María como para terminar cada ruego con un cálido “Hijo”, o “Hija”. Me llamó la atención la gran cantidad de personas que salían con los ojos enrojecidos y secando sus lágrimas, señal inequívoca de que habían abierto su corazón a Dios.

Verdaderamente es una sensación difícilmente explicable, les ruego disculpen la falta de elocuencia, pero les invito a pasar por alguna Parroquia un día de besamanos y a sentarse en uno de los bancos del templo, simplemente para observar esa serie de conversaciones calladas entre los devotos y las imágenes. Estoy completamente seguro de que llegarán a la misma conclusión que yo: bendita tarea la de los cofrades.

Y es que, a veces, es conveniente aplicar aquello de “que se pare el mundo que yo me bajo”. Vamos casi tan deprisa por este mundo como pasan los días de esta cuaresma. Nos perdemos muchos detalles, pequeñas pinceladas que esboza el Señor en nuestro alrededor y que merecen ser contempladas y una reflexión profunda. Hay que disfrutar de la espera sabiendo que somos unos privilegiados de Dios, que nos encomienda la imprescindible tarea de ser intermediarios entre Él y el pueblo: su pueblo. Por ello, hemos de ser cristianos comprometidos y buenos cofrades. Y es que nuestra gran labor conlleva una gran responsabilidad.


José Barea



Fuente Fotográfica




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