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viernes, 16 de mayo de 2014

El cáliz de Claudio: Los Bienaventurados


Quizá la suerte no sea más que una ramera que nunca para en nuestra esquina. O quizá, sí. Y no nos detenemos a mirar alrededor con la atención suficiente que requiere la realidad para dudar de ella y someterla a la verdad que está fuera. Tan brutal como indolente. Tal vez, ver la miseria en dos de sus formas en una misma semana nunca me exima del tiempo que perdí –autocomplaciente- en lamentarme de cosas que no tienen el sentido necesario para sufrir por ellas.

En los ojos de esa niña se esconde lo peor de nuestra naturaleza, servil y despreciable en tantas ocasiones. Lo peor no es que te pegue tu padre y no puedas ver a tu madre. Lo peor no es que tengas que depender de los demás para sobrevivir a cada mañana en una batalla que, de antemano, no puedes ganar por ti mismo. Lo peor no son las mentiras que nos vendieron algunos libros y mucha televisión para regalar migajas que nos permitan dormir cada noche con la conciencia tranquila y el estómago satisfecho. Mientras creemos que con esa “ayuda” basta y no hundimos las manos, los brazos y la piel en el fango de aquello que, entre todos, ayudamos a crear.

Luego vendrá un anuncio y apadrinaremos o nos apadrinarán. Y, si no es un niño –y a veces ni eso- seguiremos nuestro camino sin apercibirnos de con quién nos hemos cruzado.

Tal vez, necesitemos –como yo- ver a una criatura con tres primaveras aferrarse a un plato de comida porque no sabe si mañana habrá otro igual sobre la mesa, o si habrá mesa. Tal vez, con sentir pena y ver programas que se solidarizan con los demás hayamos cubierto el cupo. Sin embargo, esos programas se hacen porque la coyuntura da audiencia y la audiencia dinero y el mal ajeno consuela el propio.

Es una batalla perdida. Una guerra que no se puede ganar porque no se tienen armas. Aunque el arsenal que nos resta sea entregarnos y que amanezca por donde buenamente se pueda. Pero seguiré pensando en ese Dios, el Hijo del Hombre, el mío, el que no deja a nadie atrás, el que espero me perdone por todo lo que no he hecho –porque de lo que hice no me arrepiento-. Y le daré las gracias por ayudar a esa niña a través de esas personas que merecen algo más que este reconocimiento. Y esperaré que haga justicia con esos bienaventurados. Y, a ser posible, en esta misma tierra.


Fuente Fotográfica
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Recordatorio El cáliz de Claudio: El reflejo de nuestra vergüenza






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