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miércoles, 21 de mayo de 2014

La Macarena duerme en casa de la limpiadora



La ciudad era atractiva para el dinamitero y el pistolero. Sevilla había sido elegida como bolsa política y en ella invirtieron, con intereses desestabilizadores, los enemigos de la República. La revolución de la izquierda más radical pasaba por convertirnos en la migraña política de Madrid. El gobierno tenía que sufrir dolores interminables de cabeza por culpa de la jaqueca sevillana. Asesinatos, huelgas, miedo social, venganzas sindicales, acoso a la católicos, quema de iglesias... De abril del 31 a abril del 32 Sevilla sumó siete gobernadores. Todos ellos víctimas de la intensidad política local. Si querías arruinar la carrera prometedora de algún político no tenías más que enviarlo a Sevilla. Aquí perdería para siempre su prestigio.

Dos semanas después de que en Sevilla se celebrara el IV Congreso del Partido Comunista de España y de que buena parte de la ciudad viviera con frustración la suspensión de la Semana Santa, se produce, en la madrugada del ocho de abril, la quema de la iglesia de San Julián y la carbonización de la Hiniesta. Una notable joya religiosa, sentimental e imaginera del siglo XIV. Dos homosexuales, la Pinocha y la Bizca, fueron los autores materiales de tan descomunal salvajada. Pero, como en el asesinato de Kennedy, jamás se supo quién estuvo detrás de tan abominable crimen. Ochenta y dos años después, muchos sevillanos esperan aún, como invoca la memoria histórica, una reparación de aquella brutalidad.


Pepe Díaz, entonces máximo responsable del PCE, cuando se entera de los terribles sucesos de San Julián, se duele por el alcance político de los mismos y llega a decir cosas como estas: «En Sevilla es un error vincular la revolución proletaria a la lucha contra las cofradías». O esto otro: «una cosa es la Iglesia romana y otras las hermandades de barrio». Hay quien sostiene que aquella campaña incendiaria y anticlerical estuvo pergeñada por Moscú y puesta en escena en Sevilla a través de sus agentes. Lamentablemente nunca se investigaron los hechos y en ese asunto, como en el citado de Kennedy, Sevilla echa en falta un riguroso trabajo como el que hizo en su día Oliver Stone con la película JFK.
Nuestras fuentes, cien por cien macarenas, nos alcanzan el acuerdo de la Junta de Gobierno de la Hermandad que, justo un mes después de la destrucción de San Julián, el 8 de mayo, decide retirar del culto la imagen de la Virgen «ante los sucesos que venían ocurriendo de carácter anticlerical». La agitación promovida desde Moscú para ir contra la religión y sus iconos más enraizados en el corazón sentimental de Sevilla, lejos de menguar incrementaba su intensidad y, en la calle, estaba que la próxima en caer debía de ser un símbolo grande entre los grandes de la fe popular sevillana. Un golpe mortal que convirtiera en cenizas su carácter sobrenatural y la capacidad de cohesión entre sevillanos de clases diferentes y mentalidades opuestas. Ese símbolo era la Macarena.

Circularon tumores de quema y revancha por determinados canales políticos y vecinales del barrio. Rumores de fuego para acabar con la Virgen. Y estos rumores llegaron hasta los oídos del hermano mayor de la hermandad, Manuel Aguilar Luque. No sabemos nada ni de la procedencia del chivatazo ni de cuándo llega a San Gil. Pero en cualquier caso, ese chivatazo salvador, tal vez inspirado por el Espíritu que acompaña siempre a la Hermandad en sus horas más agónicas y difíciles, debió de proceder de alguien que pensaba como Pepe Díaz. Alguien cercano a la orilla donde las aguas turbulentas de la revolución se encontraban con la tierra firme de la sensatez política. El caso es que Manuel Aguilar puso en aviso al prioste y vestidor de la Virgen, Manuel Camero Díaz. Había que salvar a la Macarena.

Era el 8 de mayo de 1932. Dónde buscarle un lugar seguro y libre de temores en un barrio como aquel donde la revolución tenía su apoyo y seguidores. Dónde esconder a la Vecina, como con cariñosa cercanía la llamaban y la siguen llamado los macarenos del barrio. En el 31 de la calle Escoberos vivía, en una casa de vecinos, la señora Victoria Sánchez, limpiadora de San Gil. Un corral donde, seguramente, muchos como Pepe Díaz, condenaron la quema de iglesias y entendieron, como Nuñez de Herrera, que «el postrer nazareno se descalza las sandalias y las envuelve en el último número de El Socialista...». En aquel corralón de lavaderos y servicios comunes, entró la Macarena envuelta, probablemente, en una manta tosca de mudanzas. Sin lluvia de rosas ni música triunfal. Escondida. Camuflada. Para alojarse en una humildísima habitación de severas condiciones. Quizás un espacio de no más de veinte metros cuadrados, de paredes desconchadas, cocina de carbón, camilla de cisco y una cama bendecida, en el cabecero, por un almanaque del Corazón de Jesús. Del altar de la gloria de San Gil a la casa de vecinos de una humilde y valiente limpiadora. Debió recordar la Señora las horas interminables de la huida a Egipto...

Las horas que la Macarena estuvo en casa de la señora Victoria son para rememorarlas. A solas ambas mujeres. ¿De qué hablaron? ¿Qué se dijeron? ¿Qué angustias le transmitió Victoria a la Vecina más guapa de San Gil? ¿Qué teología de mujeres dolientes y valerosas se escribió en aquella casa con la caligrafía sencilla de los humildes? Victoria, en un gesto de suprema cortesía, dispuso su cama para que la Macarena, la amiga cercana perseguida por la locura del fanatismo moscovita, pasara una buena noche. Ella se tendió en el suelo, a su vera. No sabemos cuándo salió la Macarena del corral. Pero de allí se fue hasta la casa del prioste, Manuel Camero, en la calle Lepanto 24. Y, posteriormente, a la de Pareja Muñoz, en la calle Méndez Núñez 11.

A Victoria, cuando se jubiló, la hermandad le respetó el sueldo, como una pensión vitalicia más un donativo de quinientas pesetas del año 1955. No hay leyenda que asegure que la Macarena, cuando ha pasado por Escoberos, lance una mirada estelar y agradecida sobre la casa de su amiga Victoria. Pero si alguien me la cuenta estoy dispuesto a creérmela de pe a pá...

Publicado en la revista Pasión en Sevilla nº 6 (Abril / 2008)





Fuente Fotográfica



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