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sábado, 24 de mayo de 2014

Sevilla: El canto de cruces y flores de Alberto García Reyes



Nunca había escrito un romance, una décima o un soneto, pero Alberto García Reyes tenía acreditados la pluma y el verbo, curtidos en mucha profunda y poderosa prosa, para hacerlo, y ayer lanzó sus versos al aire y el público de la capilla del Dulce Nombre de Jesús, donde fue el mantenedor de la XLV edición de los Juegos Florales de la Hermandad de la Vera Cruz, en los que se entregó el premio a Daniel Cotta por su tríptico de sonetos “...Y una muerte de Cruz”.

En el acto, que cuida la Hermandad como acontecimiento cofrade y cultural, Alberto García Reyes pronunció un pregón en toda regla, con una medida en tiempo en la que la palabra no decayó. Texto magnífico, en el que no faltaron las anécdotas que tan bien sabe contar Alberto, y que no careció de flamenco, en ese compromiso del periodista con el cante jondo.

Fue un viaje por cruces y flores físicas e intangibles de Sevilla, una meditación en torno al mes de mayo y al espíritu eminentemente literario de los Juegos Florales, en el que también dejó caer en buena prosa alguna crítica no desde lo ajeno sino desde su propio ser de sevillano, porque “Sevilla es una cruz hecha con versos. Y de conversos. Un cruce de caminos entre los más grandes poetas y los mejores ripios”. Pero nada de ripio hubo en la exaltación en la que el periodista encadenó, entre su prosa, frases de soleares que adquirieron hasta sentido de sentencias para repetir... “la verdad cayendo por la mejilla, la hambre cantando la copla de las tripas, el pan de manita ajena, a lo pasaíto pasao, piedra que perdió su centro, los niños pendientes del aire, sentados en la plazuela. Y el porvenir nunca llega”.

En el itinerario de las cruces y las flores de Sevilla, de capillas, iglesias, palacios, enclaves; las suyas propias, jugó a los versos que llevaba con pudor entre los papeles -brillantes décimas para la Macarena y las de la “Cruz que cruza la cruzada”-, también guardaba nombres de gentes de la tierra, del pueblo,  gentes antiguas, poetas y hasta el de Anica la Piriñaca, “que cuando cantaba bien, la boca le sabía a sangre”, tremenda y veraz metáfora en la que desembocó tras mirar al Cristo de la Vera Cruz “que habla por la boca de sangre que tiene abierta en su costado”.

El fin, con un romance: “He hecho una cruz con dos rosas”. Magnífico pregón de palabra y verso, en regla, en rito, en Cruz y flor abierta.





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