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domingo, 18 de mayo de 2014

Verde Esperanza: ¡Cómo pesa! Pero… qué poco pesa


Muchas veces he escrito sobre la magia que encierra todo lo relativo a la Semana Santa. Hoy me gustaría escribir sobre una de las tantas vivencias que he podido experimentar en cuaresma en torno a mi Hermandad. Magia.

Fue el Viernes de Dolores, ambos titulares estaban listos para trasladarse a la casa hermandad desde donde justo una semana después cumplirían los sueños de tantos y tantos cofrades “verdes” se harían tras cuatro años realidad. Pero ese es otro tema. Antes del traslado tendría lugar el Vía-Crucis del Santísimo Cristo del Amor por las calles del barrio.


Como siempre, me llevé la cámara para hacer fotografías, alguna de las cuales pueden contemplar en este blog. Pero ya cuando el Vía-Crucis enfilaba las últimas calles hasta la Parroquia de San Bernardo, uno de los capataces que guiaban los pasos del Señor, al que he de agradecerle de por vida el gesto, me dijo que soltara la cámara, que era mi turno de cargar. Muchísimas gracias de todo corazón, a él y a todos los que me acogieron como uno más. Ellos saben quiénes son.

Tan desconcertado como nervioso, le dejé la cámara a un buen amigo y me puse en la posición del pie de la cruz. Sentí caer todo el peso del madero sobre mi hombro, pero… Bendito peso.

Ahora entiendo la locura de los del “mundo de abajo”, llámense costaleros, cargadores, hombres de trono… como sea. Como les digo, caían bastantes kilos sobre mí, pero pesar, lo que es pesar, pesaba como una ligera pluma. Quizá fueron cinco minutos, tal vez quince, pero se me pasaron muy rápido esos minutos. El orgullo de ser portador del Dios del Amor es algo que verdaderamente hace perder la noción del tiempo.

Tras haber pasado mi turno, salí de debajo de la cruz lleno de emoción, ilusión y orgullo por haber llevado al Señor. Recibí muchos abrazos de muchos integrantes de la familia del Cristo del Amor: sus costaleros, contraguías, capataces… Fue algo indescriptible el sentirme uno más de esa familia.

Principalmente tuve la sensación de que no sería la última vez que llevara al Dios del Amor sobre mí, Tú ya me entiendes, Señor, ¿no?

Bendita locura…

José Barea











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