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lunes, 2 de junio de 2014

Bienaventurada seas por siempre Macarena


Con las luces de la amanecida y el primer rayo de un sol de junio dorando levemente su rostro, rodeada del cariño de miles de personas, sin cruzar el Arco que lleva su nombre, entre vítores incesantes, en medio de una estruendosa ovación que se sobreponía al repique jubiloso de la espadaña de la Basílica, y después de una procesión de más de 13 horas de duración que partió desde el Rectorado de la Universidad, la Virgen de la Esperanza regresaba a casa este domingo a las 7.40 horas poniendo glorioso culmen a una maratoniana jornada de apoteosis macarena, grabada ya para siempre en la memoria de la ciudad, desde que a las ocho de la mañana del sábado abandonase la Catedral rumbo a la Plaza de España para presidir allí la misa estacional.

¿Ha podido haber cierre más jubiloso al Año Jubilar? Medio siglo después de la ceremonia de su coronación canónica, la Esperanza Macarena quiso devolver el desbordante cariño mostrado por los sevillanos durante sus últimos siete días de estancia en la Catedral regalándoles una segunda Madrugá macarena en este recién estrenado mes de junio.


Desde que su palio asomase a la lonja universitaria pasadas las 18.30 horas del sábado hasta que en la amanecida del domingo, con la cera casi consumida por completo, posara los cuatro zancos en el interior de la Basílica, a las plantas del Señor de la Sentencia, la Virgen que atravesó un parque centenario para conquistar la Plaza de España fue dibujando estampas únicas a su paso en una procesión triunfal por la Ronda histórica que incluyó históricas visitas a la capilla de los Ángeles, el santuario de los Gitanos, la Basílica de María Auxiliadora, la casa natal de Santa Ángela, la iglesia de San Julián y la parroquia de San Gil.

Ya en el interior del templo, con las mariquillas todavía temblando sobre su pecho, el rector de la Basílica, Antonio Borrego, daba por clausurado el Año Jubilar macareno con el cierre simbólico de las puertas de la iglesia. El hermano mayor de la Macarena, Manuel García, se dirigió entonces a sus hermanos para subrayar lo «orgullosos» que pueden sentirse los macarenos de haber «paseado a la Virgen de la Esperanza por Sevilla entera» y agradeció en un breve discurso al arzobispo hispalense, al alcalde, al capitán general y al clero las facilidades otorgadas durante esta histórica semana para hacer realidad «este triunfo que ha tenido la hermandad de la Macarena».

Entraba la Virgen en su casa arropada por el numeroso público que la venía acompañando en los últimos metros de su recorrido. San Julián, Aniceto Sáenz, Pumarejo y especialmente San Luis fueron un hervidero de la devoción macarena, con guirnaldas, mantones, colgaduras, banderas y flores, muchos pétalos que caían sobre el techo de palio como lo habían hecho durante toda la tarde. «Bienvenida a casa vecina», rezaba una pancarta en verde antifaz macareno con letras doradas. De oro, como un aniversario de la coronación que llenó a Sevilla y al barrio de Esperanza.

Justo antes de llegar a la Basílica, la Virgen hacía el último saludo de su recorrido, quizás el más especial. Volvía a la que fue su casa y que, realmente, nunca ha dejado de serlo. La ojiva de la parroquia de San Gil sentía como hace décadas el roce de las perillas del palio macareno. Recuerdos del ayer que se mezclaban con las notas musicales de estreno. Sonaba Como tú… ninguna, la marcha que David Hurtado ha compuesto para conmemorar este aniversario de la coronación de la Esperanza Macarena. Todavía quedaban sorpresas por vivir. A la salida de San Gil –donde la recibieron las tres hermandades del templo–, la banda de cornetas y tambores de la Centuria Macarena interpetaba el Himno a la Esperanza Macarena. Era el regalo de unos músicos que también quisieron celebrar este aniversario con su Madre.

Antes que en San Gil, la Virgen había girado visita a la parroquia de San Julián, donde se había levantado para Ella un cielo de banderitas de España y donde salieron a recibirla sobre sendos altares la Virgen del Rosario, en una puerta lateral, y la imagen de la Hiniesta gloriosa, bajo la ojiva principal del templo, adornada con una guirnalda.

Salves, vítores, saetas, himnos, alfombras florales, altares callejeros, petaladas, fachadas de casas engalanadas y hasta fuegos artificiales estallaron en los cielos de Sevilla al paso de la Macarena en una jornada de indescriptible fervor mariano.

A diferencia de la procesión de traslado a la Catedral de siete días antes, esta vez la hermandad cumplió a la perfección con los horarios previstos y ello a pesar de la enorme paliza que llevaban ya encima los hermanos que acompañaban con sus cirios a la Virgen. La gran mayoría de ellos había asistido por la mañana, a pleno sol, a la misa pontifical en la Plaza de España y lucían en su regreso a casa un moreno estacional en sus rostros.

Antes que San Julián, la Esperanza visitó la casa natal de Santa Ángela de la Cruz, en la calle Santa Lucía, donde reside una pequeña comunidad con las religiosas más ancianas de la congregación, y antes de abandonar la Ronda Histórica la Esperanza se adentraba por el callejón del colegio salesiano de la Trinidad para compartir media hora de gloria con otras dos imágenes coronadas: la Virgen de la Esperanza de la Trinidad, que la esperaba sobre el paso de San Juan Bosco, y la imagen de María Auxiliadora, sobre su paso procesional. Allí, ante la fachada de la Basílica, quedó escoltada la Macarena por sus dos hermanas.

Tan caluroso fue el recibimiento dispensado por los salesianos a la dolorosa de San Gil –incluido el descubrimiento de un azulejo que ya perpetúa esta histórica visita– que hasta perdieron la noción del tiempo y se excedieron con los discursos, rompiendo el ritmo de la procesión.

Escenas inolvidables se vivieron también horas antes en el santuario de los Gitanos, con el solo de A ti Manué resonando con fuera en el interior del templo, y en la capilla de los Ángeles de los Negritos, donde se recibió a la «Reina de Sevilla» con una alfombra de sal inspirada en los motivos del singular techo de palio de la dolorosa del Jueves Santo.

Regresaba la Macarena a su casa después de una grandiosa semana y en el corazón de todos los sevillanos quedaba la satisfacción de una jornada, vivida de sol a sol, que arrancaba en la mañana del sábado y que permitió ver a la Esperanza cruzar el Parque de María Luisa, tomar la Plaza de España, dar una chicotá al son de un pasodoble o hacer que no cupiese ni un alfiler en una Ronda Histórica que se empequeñeció ante su presencia. Bendita locura macarena, que dirían algunos. Así fueron las 24 horas más intensas de la historia reciente de la hermandad de la Macarena. Toca mirar al 31 de mayo… de 2039.









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