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sábado, 7 de junio de 2014

El Retablo del Santuario de Ntra. Sra. del Rocío



"Aires... de fantasía,
Pasionaria de mis coplas,
Templo para Andalucía,
enjuágame con tu aroma."



El Retablo

La antigua ermita tenía un precioso retablo de Cayetano D'Acosta, construido hacia 1764 o 65 en el estilo barroco imperante en su época, con decoración y líneas movidas del rococó sobre la estructura clásica de tres calles con camarín en la central, y ático con el relieve de la venida del Espíritu Santo. Fue desmontado al desaparecer la ermita y se conserva para su futura instalación en el lugar más idóneo.

Para el nuevo santuario la Hermandad decidió construir un retablo acorde con la estética del edificio y con el gusto popular andaluz. La Hermandad constituyó una Comisión Pro Retablo, que encomendó el estudio y proyecto a D. Juan Infante Galán. Los trabajos de diseño fueron realizados entre agosto de 1977 y agosto de 1978. Estilísticamente se basaba en el anterior retablo de la ermita, conectando con el novedoso diseño decorativo de los albores del rococó.

El 30 de agosto de 1980 se firmaba el primer contrato para la construcción del retablo con Antonio Martín Fernández como tallista y con Francisco Bailac Cenizo para la carpintería artística. Para la obra de imaginería se contrató a Manuel Carmona Martínez. En mayo de 1985 se organizó en Almonte una "Exposición sobre el nuevo retablo y camarín para la Stma. Virgen del Rocío", editándose un tríptico en el que consta que en esa fecha se hallaban realizadas las cuatro ménsulas, las cuatro monumentales columnas, los catorce colgantes de frutas y flores, las cuatro basas y capiteles, los cuatro capiteles de las retropilastras. Por su parte, el escultor Manuel Carmona había tallado los cuatro niños para las ménsulas, cuatro bocetos para los Evangelistas que decorarán las pechinas, y el relieve de San Lucas ya labrado a su tamaño.

Dificultades técnicas en la resolución del diseño retrasaban la ejecución del retablo, por lo que se decidió encomendar al tallista Antonio Martín Fernández un nuevo proyecto que aprovechara los elementos ya ejecutados en la fase anterior. El 15 de junio de 1989 se convocó en Almonte a un equipo de artistas y asesores con la misión de llevar a feliz término en un plazo de seis años obra tan esperada. En ella participan el ya mencionado tallista Antonio Martín, los arquitectos Pedro Rodríguez y María Luisa Marín, el escultor Manuel Carmona, el carpintero Matías Aceitón, el marmolista Manuel Gómez Rodríguez, los orfebres de Villarreal, encomendándose el proyecto iconográfico a Manuel J. Carrasco Terriza, autor de estas líneas.

El diseño elegido por Antonio Martín corresponde a los modelos barrocos sevillanos de la primera mitad del setecientos. Tales retablos ponían el acento no en el aspecto catequético sino en el cultual. Su aspecto, más que el de un libro abierto con estampas, era el de la fachada arquitectónica de un edificio eterno que quedaba más allá de sus columnas. En el centro se albergaba el camarín o estancia de la imagen titular, verdadera antesala del cielo. A sus lados, los santos intercesores en sus respectivas hornacinas.

Según este condicionante, se han distribuido las figuras y temas de forma que tengan una lectura unitaria explicativa del título de Virgen del Rocío y de la acción del Espíritu Santo sobre María y sobre la Iglesia.

El centro lo ocupa la imagen de la Santísima Virgen, con toda la carga significativa de su iconografía mariológica, que ya hemos comentado líneas atrás. Unos símbolos parlantes, tomados de la literatura bíblica y cercanos al paisaje rociero (flores, cielo y aguas), ensalzarán la belleza de la Madre de Dios, la Tota Pulchra.

El carácter específico de esta advocación mariana lo da su relación con el Espíritu Santo. Por eso, coronando el retablo en el cuarto de esfera del ábside, en la bóveda celeste, aparece el Espíritu Santo en forma de Blanca Paloma, evocando la Creación y la Encarnación del Verbo, así como la epíclesis de la Eucaristía, en que se pide al Padre que el rocío de su Espíritu santifique las ofrendas para que se conviertan en Cuerpo y Sangre de Jesucristo. La Paloma que sobrevuela la bóveda recuerda el momento en que el Espíritu Santo descendió sobre Cristo cuando era bautizado en el Jordán por Juan el Bautista. Las pneumatofanías o hierofanías del Espíritu Santo que completan el retablo serán: la nube, desde la que el Paráclito, en forma de paloma, derrama los siete rayos de sus dones, y la escena de la venida sobre el Colegio Apostólico y María Santísima el día de Pentecostés en forma de lenguas de fuego.

Como servidores de Dios, los ángeles aparecerán en sus diversos ministerios, especialmente como intérpretes de instrumentos musicales del ambiente rociero: la guitarra, la flauta y el tamboril.

Junto a la Santísima Virgen se sitúan los santos intercesores, aquellos que más cerca han estado de la Virgen Santísima y han sido testigos de esa estrecha relación de Ella con el Espíritu Santo: San Juan Bautista y San José.

En la repisa del lado de la epístola, izquierda de la Virgen, irá situado San Juan Bautista, doblemente testigo de la acción del Espíritu. En un relieve en la entrecalle contigua al camarín, la Visitación de María a Isabel. En la Visitación, Juan saltó de alegría en el vientre de Isabel. En aquel momento Isabel fue llena del Espíritu Santo para pronunciar el saludo que hoy es plegaria de todo cristiano: «Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre». En el relieve de la entrecalle opuesta, se representará, en simetría con la escena del Nacimiento de Jesús, la Natividad del Bautista. Entre los brazos de Santa María dio sus primeros vagidos el hijo de Zacarías e Isabel. Con el tiempo, el Precursor sería testigo de la acción del Espíritu sobre Jesús, que le ungió como Cristo y como Mesías al descender sobre El en forma de paloma.

En la repisa del lado del evangelio, a la derecha de la Virgen, su esposo, San José, testigo de que lo concebido en Ella es obra del Espíritu Santo. Aparte de Jesús, nadie más cercano a María que aquel hombre elegido por Dios para hacer de Padre del Hijo de Dios y de esposo de María, custodio y protector de la Sagrada Familia como lo es de la Iglesia, familia de los hijos de Dios. Se representará en edad joven, con los atributos de su trabajo, por el que se santificó y sacó adelante a su Familia. En la entrecalle contigua al camarín, el relieve de la Anunciación, en que el Arcángel San Gabriel anuncia a María que concebirá por obra y gracia del Espíritu Santo, quien la cubrirá con su sombra. En el lado opuesto, el Nacimiento de Jesús.

En los ejes verticales de las calles y entrecalles, se sitúan seis tarjas, en las que aparecerán simétricamente en los dos principales superiores los bustos de San Pedro y San Pablo, y en las cuatro laterales inferiores las cabezas de los cuatro Padres de la Iglesia latina: San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio Magno. En el conjunto del retablo, vienen a representar la asistencia del Espíritu Santo sobre la Iglesia, y de modo especial sobre Pedro, como roca sobre la que Ella se funda, y timonel de su barca de salvación. Es también una referencia local, por ser San Pedro patrón de Almonte.

Una de las atribuciones más importantes del Espíritu Santo es la inspiración de las Sagradas Escrituras. Esta acción está plasmada en el retablo por los bustos de San Pedro y San Pablo, autores ambos de escritos inspirados del Nuevo Testamento; y enlaza simbólica y formalmente con las cuatro pechinas de la cúpula central, en las que aparecen los Cuatro Evangelistas, obras del mismo escultor del retablo, Manuel Carmona.

En el banco del retablo, ya en la línea de tierra, y ejecutado en ricos mármoles rojos y negros con motivos heráldicos en bronce, se situarán las referencias cronológicas e institucionales. En el centro, en un medallón, el escudo de la Hermandad Matriz de Almonte. En la puerta del lado del evangelio, el escudo del Papa Juan Pablo II. En el lado opuesto, el de S. M. el Rey de España, don Juan Carlos I. Ambos escudos hacen referencia a los títulos de «Pontificia y Real» de que goza la Hermandad Matriz desde 1920. Otras dos tarjas mostrarán en posiciones simétricas los emblemas del actual Obispo de la Diócesis de Huelva, Mons. Rafael González Moralejo, y en el otro extremo el del pueblo de Almonte.

Albergado por el retablo, se sitúa el ámbito del presbiterio, donde se desarrollará la Sagrada Liturgia, en especial el Sacrificio de la Misa, que es el verdadero centro y cumbre del culto cristiano. En la Eucaristía, lo que es simbolizado en el retablo se da en realidad sacramental. Cristo, el Hijo Eterno del Padre, hecho hombre en las entrañas de María por obra del Espíritu Santo, se hace presente y se da en alimento y comida, cuando, por la epíclesis, el rocío del Espíritu Santo transubstancia el pan y vino en el cuerpo y sangre que engendró María en su seno.

Manuel J. Carrasco Terriza
Autor iconográfico del Retablo del 
Santuario de Ntra. Sra. del Rocío




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