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sábado, 21 de junio de 2014

La Firma Invitada: El conteo del Arzobispo


La clave no está en las dos cámaras que grabaron a los cincuenta mil nazarenos desde la azotea de aquel edificio de La Campana. El famoso conteo –desde el hartazgo no se ve el momento en el que se ponga fin a las diatribas de los numeritos– no era más que una necesidad, un paso intermedio para reajustar los horarios, desfasados ya por el paso del tiempo. La única urgencia era encontrar el argumento objetivo para hacer algo de justicia con aquellas cofradías que necesitan más minutos y recortar tiempo sobrante a otras que gozaban por exceso. Ya está. Ni más ni menos. El resto pertenece al universo del cotilleo, al mundo nuestro de la barra del bar. El corazón del conteo no late a golpe de número porque ese número es el vehículo, la herramienta. El destino final de este asunto no se encuentra en la mesa del Presidente del Consejo, sino en el despacho del Arzobispo de Sevilla.


¿Acaso usted no sabía que la Madrugá era la jornada con mayor número de nazarenos? ¿No conocía la importancia de las cofradías de Triana en cuanto al número de papeletas de sitio que aportan? ¿Desconocía usted que la Hiniesta y San Roque habían bajado un poco en los últimos años? ¿No sabía que Pasión era la cofradía con más nazarenos del Jueves Santo? Si usted es cofrade, conocía más o menos estos datos, otros los intuía y la mayoría de ellos los esperaba. Por evidentes, por obvios, porque delante de nuestros ojos se estaba presentando una nueva realidad debido al paso de los años.

Ya era conocido por cualquier cofrade que los tristes acontecimientos de aquella negra Madrugá del año 2000 influyeron en la jornada cumbre de la Semana Santa y también, de paso, por otros días de la nómina. Es lógico. Los eventos relevantes provocan actitudes sociales a modo de respuestas.

También conocíamos que el Consejo de Cofradías era un organismo que –a falta de darle más fuerza en los nuevos estatutos– no hace más que cumplir los mandatos que nacen de la voluntad del conjunto de los hermanos mayores.

El conteo de nazarenos en La Campana no aporta ningún dato extraordinario. Es un buen documento de base para solventar otros asuntos, que de eso se trataba. Y así hay que mirarlo.

Vayamos a lo verdaderamente importante. Hacía falta una reordenación del tiempo de paso, del reparto de minutos. Después de varios años, todos admitíamos que existían cofradías que gozaban de un tiempo innecesario y otras, sin embargo, pasaban encorsetadas hasta el límite. Sucede que en nuestra Semana Santa –es doloroso escribirlo– las cofradías en general y siempre bajo el discurso del «yo tengo que cuidar a los míos» suelen mostrarse excesivamente egoístas, insolidarias o férreas en sus posturas para no cambiar determinados horarios, status o costumbres. Y aquí está el problema. Nuestra Semana Santa, como todo en la vida, debe aceptar las nuevas circunstancias, que por otra parte apenas obligan a modificaciones leves.

Lo que tiene que suceder de verdad es que el Arzobispado apruebe unos estatutos que otorguen un mayor margen de maniobra a un Consejo que a día de hoy no es más que un aglutinador de voluntades, tan sometido a las ataduras, tan amordazado que apenas ejerce de portavoz. ¿De qué sirve el Consejo si apenas puede tomar decisiones? Si desde San Gregorio no se puede actuar en caso de arbitraje real y se acude a Palacio en última instancia, ¿por qué no dota Juan José Asenjo de mayor poder de decisión a quienes organizan nuestra Semana Santa?

Son numerosos los cofrades que opinan que ni el Consejo, ni siquiera el Arzobispo, deben intervenir en los asuntos de nuestras cofradías, que apenas deberían ser los bomberos de nuestros incendios. Y así nos va en muchos casos. Entre los personalismos, los nuevos cofrades que se acercan a las Hermandades buscando una relevancia o interés egoísta al margen del universo de la fe y otros personajes adheridos que no tienen solución, andamos buscando a gritos un tiempo de estabilidad razonable. Todo está desbordado y hace falta una paz urgente basada en el sentido común y en la vida de Iglesia. ¿Cincuenta nazarenos más? ¿Ochenta músicos menos? No estamos para catalogar como problemas estos asuntos de andar por casa mientras algunos personajes con afán de vara dorada o necesidad de reconocimiento público campan a sus anchas por nuestro mundo con el apoyo incluso de algunos segmentos de la sociedad que les ríen las gracias en las horas de taberna.

Pongamos en valor la seriedad de las cosas serias. Y nuestra Semana Santa lo es. Demos por terminado el tiempo del chiste, dejemos de fabricar ironía barata con los capirotes que pasan o que dejan de pasar. Y vayamos al grano. A buscar el reparto lógico y natural del nuevo tiempo. Algo que, por otra parte, debería hacerse tranquilamente.

A las cofradías les hace falta, en pleno siglo XXI, un espacio sin ruidos, un tiempo de reflexión y trabajo. Nuestra Semana Santa pide ahora una paz que no le dejan tener. Es ahora cuando los cofrades debemos entender que todo cambia en la vida.

No es tan importante el número de auxiliares del capataz. No debe dejarnos sin dormir el número de fliscornos de una banda. No es relevante que una cofradía se ponga en la calle con medio tramo más o menos. Lo que tenemos que hacer ahora es reordenar los tiempos de paso, que no es tan grave. Y dejar que termine la pesadilla del famoso conteo, el morbo, la tontería.

El conteo de verdad, la solución matemática, está en la mesa del Arzobispo, que será quien sancione unas normas en forma de estatutos para que las personas elegidas por las Hermandades sevillanas puedan ejercer de verdad una autoridad en los asuntos domésticos. Y eso es lo que hace falta. Alguien que ponga orden y le explique a las cofradías que no pueden seguir haciendo de su capa un sayo, que no pueden seguir pensando en sí mismas. Lógicamente desde el diálogo y la puesta en común. Ha llegado el tiempo de pensar en los demás, en el conjunto. Porque, mientras se nos escapa la auténtica Semana Santa, seguimos contando nazarenos.









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