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sábado, 9 de agosto de 2014

La «capillita» de la Puerta de Jerez


Posiblemente una gran parte de los que lean estas líneas no sepan a qué me refiero en las palabras con que las encabezo. Lo que siempre se ha conocido en Sevilla como la «capillita» de la Puerta Jerez, tan dados como somos a minimizar lo grande y magnificar lo pequeño, es nada menos que el valiosísimo resto que queda del famoso Colegio que Maese Rodrigo de Santaella fundó en la Puerta de Jerez, que se inauguró en la primera década del siglo XVI y que es la cuna de nuestra actual Universidad. Unida a él hasta 1822, en que se separó del Colegio y quedó depositaria de todos sus bienes. Pocos años después se clausuró el primitivo Colegio y se cedió a la archidiócesis, que estableció allí el Seminario hasta que éste pasó al palacio de San Telmo a fines del siglo XIX. Prácticamente sin uso, aquel gran edificio fue preso de la fiebre destructora de la década de los años veinte de la pasada centuria, excepto la pequeña capilla salvada de la piqueta por iniciativa de don José Gestoso, a quien tanto debe el patrimonio sevillano, que había conseguido que fuera declarada monumento nacional.  

Es una joya arquitectónica que no me voy a detener en describir porque ya lo hizo de forma admirable Aurora Flórez en este mismo periódico, en agosto de 2012, en un amplio reportaje en el que recogía unas palabras del anterior presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías, a quien la Archidiócesis cedió la Capilla hace ya bastantes años. Refiriéndose al valor artístico de ésta, decía entre otras cosas que «es poco conocida por haber sido interior, ya que se encontraba en el patio del Colegio». Y ahí voy. Es poco conocida desde que la tienen cerrada a cal y canto, como si fuera propiedad del propio Consejo. 

Para mí tiene unas connotaciones especiales. Desde que tengo uso de razón la recuerdo como un lugar mágico, con una portada mudéjar de ladrillo a dos colores a la que entonces adornaba un estrecho arriate que había en el atrio en el que crecían enredaderas y en el que asomaba un pequeño y recortado ciprés muy acorde con el espacio. Allí iba de pequeña con mis padres a misa; allí hice mi primera comunión y también mi hija mayor; allí conocí a su entonces capellán, un santo sacerdote, don Félix Royo, el querido don Félix que tanto influyó en mi vida, que había venido de Jaca acompañando al cardenal Bueno Monreal; allí aprendí en vivo y en directo lo que era una bóveda de crucería gótica pura porque don José Hernández Díaz, nuestro profesor de arte, nos llevaba para que contempláramos las nervaduras y las claves que la sostenía; allí he tenido ocasión de contemplar durante muchos años uno de los mejores retablos de Sevilla, del gran pintor Alejo Fernández, de origen alemán o flamenco, que dotó a sus obras -entre otras, además de este retablo, la archiconocida Virgen de los Navegantes y algunos paños del retablo mayor de la Catedral- de un matiz renacentista y orientalizante poco conocido entonces en Sevilla; y allí me he deslumbrado muchos días con los magníficos azulejos de cuerda del altar mayor. Y como yo, me figuro que muchos sevillanos de varias generaciones. Hasta que llegó el Consejo de Hermandades y Cofradías y mandó parar y en pocos años decidió cerrarla, no sólo al culto, sino a visitas turísticas y deleite de todos los sevillanos. 

¿En virtud de qué derechos? ¿Cómo lo consiente la Archidiócesis? ¿Cómo una institución como el Consejo, cuya misión es regular la manifestación de religiosidad popular más importante de Sevilla como es la Semana Santa, mantiene cerrado y sin culto un templo que está a su cargo y que es el mayor tesoro de que ahora mismo disponen? Son preguntas que me hago y que traslado con todo respeto a quien tenga las competencias sobre la Capilla de Santa María de Jesús. Quizás ahora, en estos meses de verano, en que callan las cornetas y tambores y no hay procesiones, ni centenarios, ni coronaciones, ni traslado de imágenes, ni demás acontecimientos que tan ocupado lo tienen -¿o también las hay?-, el Consejo y las personas que lo componen tengan tiempo de meditar lo que significa que precisamente ellos tengan «secuestrada» una iglesia que siempre ha sido de todos. Estos días he leído que hablaban de subir el precio de las sillas en Semana Santa. Bienvenida sea la subida si sus beneficios los destinan a volver a abrir un recinto inigualable que todos los sevillanos tenemos derecho a visitar. 







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