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lunes, 8 de septiembre de 2014

La Crónica: La Tierra Prometida


Queda en el subconsciente, en lo más profundo que no recordamos, las manos tibias que, una noche de la infancia nos acunaron ante el más leve estímulo, por el más breve ruido. Y la memoria se va forjando de las manos que nos fueron dadas, que nos acompañaron y guiaron en las noches en que el camino era más oscuro y, de un plumazo, nos arrebataron -con su calidez- del miedo tan humano, tan real. Las manos que nos asieron más fuerte para llevarnos en volandas hacia el cielo infinito de la felicidad que, por desgracia, siempre se quiebra cuando llega el frío y dilata los sentimientos. Las manos que se entrelazan en la juventud como un reto; en la madurez como compañía; en la vejez para sentirnos acompañados como cuando éramos niños.

Aun puedo sentir aquel calor intenso en las manos de mi abuelo, cuando las mías eran tan pequeñas. Y ahora siento las de ese niño que se aprietan a las mías y me hacen sentir más grande y más pequeño a la vez. Aun, en una noche como ésta, mirando a la Virgen -esa que parece que a tantos molesta-, mientras camina, siempre de frente, las manos que construyeron su devoción, las mismas que lucharon contra los elementos por alzarla al aire de la ciudad, vuelven a alzar sus palmas al reflejo de la luna.

Nadie sabrá cuánto sucedió. Todo quedará guardado en un cajón anónimo. Pero, mirándola sin perder detalle, le aseguró que nunca olvidaré nada, aunque no lo cuente porque sé, que sí está aquí y ahora fue por lo que pasó. La miro y tiemblo en el recuerdo de aquellas manos, de aquel sudor, de la nada desagradecida del silencio, de sus pasos hacia la calle. De los nombres que lo hicieron posible sin fiebre del oro en la mirada, sino un deseo, una ilusión. 

Y sigues caminando hacia el barrio que te vio partir esta mañana. Y pienso ¿qué daño puedes causar a esas manos que sirven para criticarte? Si no te conocen, hoy, lo están haciendo. O deberían hacerlo, o deberían frenar sus dedos ignorantes. Y pasas a mi lado. Y mis pupilas se enfocan en el pasado. Recuerdo lo que leí ayer a Fernando, mientras pienso en Juan, en Diego. ¡Qué rápido pasa el tiempo!.

Sé que él está contigo, sintiendo esas manos acariciar. Retomando otros días, la realidad distinta que nos prometieron. Sé que faltaron las palabras y que siempre faltarán. Pero, hoy, mirándola, me devuelve al pasado, a las manos que una vez así con energía, la de los amigos que se fueron. Las que, alguna vez, volveré a apretar en el devenir que a todos nos aguarda, en esa tierra en la que tú estás, que es, la Tierra Prometida.

Blas Jesús Muñoz









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