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domingo, 23 de noviembre de 2014

Calvario de iris: En el amor al prójimo esta nuestro propio amor


Todos los seres tenemos la capacidad de hacer o transmitir el bien. Todos poseemos heridas abiertas o semicerradas que su escozor sentimental, junto a la emotividad de su sangrado en nuestro universo íntimo, nos hacen cerrarnos a los estímulos terrestres y celestiales. 

Pero, ¿Y si fuera al contrario?. Romper en dos esa coraza con la patina del sufrimiento más profundo y mostrarle a la amanecida nuestro daño interno. Gritarle al viento, que donde lleve mi impronta, hablaran  mis estigmas pero abrazado a ellas, la ayuda activa de quien la precise. 

No se trata de quien ha sufrido más, el origen es evitar el sufrimiento de los seres. Si hay que fundir el becerro de oro, que su cuerpo incandescente sirva para dar techo y un plato de comida caliente a toda la humanidad. 

Al bautizarnos, una cruz de agua nos eleva a las manos del padre, haciéndonos sus hijos. Nunca el hombre debe estar al servicio del dinero, el corrupto mundano, que tiene el fatídico don de convertir el más puro de los mensajes y a débiles almas laceradas unas por la codicia, otras por las necesidades, a las más deleznables  acciones, encadenando su propia alma a un cuerpo de sal. 

Busquemos en nuestro interior el calor que quizá necesita un hermano, la mano de Dios de alguna forma nos hará recuperar el calor que hemos entregado, siendo conscientes que hemos plantado una ligera sonrisa, en el corazón de quien lo necesitaba.

José Antonio Guzmán Pérez









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