Como cada semana que escribo en este espacio, me suelo basar en historias que me cuentan, anécdotas o incluso simples sentimientos. Pues bien, esta semana quiero compartir una leyenda que me contó una mujer paisana mía de Madrid y trata sobre la historia del Cristo de Medinaceli, la cual me llamó mucho la atención.
De todos es sabida la gran devoción de los madrileños (y muchos forasteros) por el Cristo de Medinaceli. Cada año son miles las personas que guardan cola durante muchísimas horas para ver la talla, pero pocos son los que conocen la terrible leyenda que guarda este Cristo.
Fue tallada en Sevilla y fue trasladada por la orden capuchina hacia Marruecos, exactamente a la plaza de La Mamora, la cual fue conquistada por españoles en el siglo XVII. Pocos años después el rey Muley Ismail tomó la ciudad y en símbolo de victoria, la imagen del Cristo fue vejada arrastrándola por las calles de la ciudad.
Fue la orden trinitaria la que se encargó del rescate del cautivo. Aquí es donde empieza la leyenda, la cual nos narra que el rey moro pedía en oro el peso de la figura. Los trinitarios accedieron al acuerdo con tal de rescatar la imagen, pero la sorpresa y asombro llegó cuando el plato de la balanza se equilibró a los treinta doblones de oro, curiosamente el mismo pago que se cobró Judas en su traición a Jesús.
La efigie escultórica regresó a España, concretamente a Madrid, donde en el convento de los Padres Trinitarios los Duques de Medinaceli decidieron construir una capilla, de ahí que recibiera cariñosamente el cautivo el nombre.
La mujer que me relató la historia me dijo que todo esto viene escrito (aparte de en la propia historia) en una novela histórica escrita por el autor Jesús Sánchez-Adalid, llamada “Treinta doblones de oro”.
De esta manera podemos entender que a día de hoy exista tanta devoción de este “cautivo y rescatado”, en una mezcolanza de leyenda e historia.
Estela García Núñez
