Blas Jesús Muñoz. Todo comenzó con la creación de los primeros foros. En aquel tiempo, como dirían las Escrituras, la novedad de poder opinar se extendió como una marea viva de posibilidades. Y, para darle más atractivo, no hacía falta firmar con tu nombre. Toda una ventaja para el cofrade, acostumbrado a habitar en lo políticamente correcto.
El nacimiento de las redes sociales, para más de uno, no auguraba algo tan interesante como la posibilidad de despellejarse en foros donde, aunque casi todos se conocen, no salían los apellidos tan chivatos que ponen la matrícula de honor de nuestras palabras.
La red social trajo Información inmediata. Sin embargo, para aquellos que añoraban el anonimato trajo consigo una nueva posibilidad. La cuenta falsa, la que no es tuya, y para más sorna lleva el nombre de otro, se ha convertido en la reina del baile de nuestros dosmiles.
A través de una cuenta así, en Twitter por ejemplo, ya no es que puedas opinar sin ser descubierto, sino que lo haces a través de una identidad achacable a otro, llámese hermandad, llámese personaje. O, mejor aun, puedes echar unas risas o bromas de mal gusto por medio o contra otros.
No es un peligro de la red social en sí misma, sino una consecuencia de lo que somos. Una actitud que da nuestra verdadera medida como cofrades, como personas y como seres con arrojo y valentía.
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