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martes, 16 de diciembre de 2014

La Saeta sube al Cielo: Por el camino difícil


Esta semana quiero dedicar este artículo a mi querido amigo I.G.B. y a todas aquellas personas que se encuentran en la difícil situación de haber perdido a un ser querido.

Por desgracia, estamos aquí de paso. Toda persona es (o no) consciente de que sabe que algún día morirá, y que la “vivencia” de la muerte es real, a todos nos da caza y es incuestionable. A diario mueren muchas personas, en circunstancias distintas y, en nuestra desventura, con asiduidad esas personas son próximas a nosotros.

Es frecuente que en esos duros momentos cuestionemos nuestra fe. Solo somos capaces de pensar que esa persona se ha ido para siempre y que no volverá. Entonces, ¿cuál es una de las bases del cristianismo, si no la resurrección de los muertos?

“Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”.  Es muy difícil imaginarnos como un cuerpo sin vida resucita y se pone a andar por la calle como si nada, ¿verdad? Pero no hay que tomarnos, evidentemente, al pie de la letra lo que nos dicen las Sagradas Escrituras. Gracias a Jesús, la muerte toma en los cristianos un alcance positivo. Él también padeció la muerte como condición humana, pero la aceptó en un acto de entrega total a la voluntad del Padre. Su obediencia modificó la condena de la muerte en bendición. Cristo dominó a la muerte, dándonos al resto de los mortales la opción de salvación.

En el momento de la muerte, alma y cuerpo se separan, la cual se muestra ante Dios para ser juzgada. Pero como el Señor es Misericordioso, unirá nuestras almas y nos reencontraremos con aquellos que anteriormente nos dejaron y con aquellos a los que nosotros hemos dejado con anterioridad.

Hay que coger siempre el camino difícil, ya que cuando alcancemos nuestro objetivo, será más satisfactorio para nosotros. Por eso hay que aferrarse a la fe, y no coger el camino fácil de cuestionarla. Al fin y al cabo, la muerte es sólo el fin de la vida terrenal.

"La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo"


Estela García Núñez










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