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La figura litúrgica del acólito está perfectamente reglada en la Iglesia |
«Sufro, y os digo la verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas instituciones eclesiales que el papel de la mujer queda relegado a un papel de servidumbre y no de servicio». Son palabras del Papa Francisco sobre una situación que se ve y se vive en demasiadas ocasiones, muchas veces al hilo de viejas posturas recalcitrantes y otras por puro desconocimiento de los ministerios eclesiales que pueden confiarse y pueden ejercer las mujeres en el seno de una institución con más de 2.000 años a sus espaldas que se adapta lentamente a los cambios y a los tiempos.
Luis Rueda, delegado diocesano de Liturgia y prefecto de Liturgia de la Catedral, explica las razones históricas del papel de la mujer mucho más restringido en la liturgia, que van ligadas a la clericalización de los ministerios litúrgicos, que formaron parte el Cursus Honorum de la carrera del sacerdocio. Pablo VI y el Concilio Vaticano II revalorizaron el papel de la mujer al tiempo que se suprimieron las órdenes menores, con lo que lectores y acólitos pasaron a ser ministerios instituidos, pero permitidos también a personas no establemente instituidas. En el Código Canónico de 1983 se habla de laicos para desempeñar funciones en las ceremonias litúrgicas. Y la Pontificia Comisión para la interpretación del Derecho Canónico aclarará después que laico es todo fiel bautizado, sea hombre o mujer. Pueden, por tanto, ejercer ministerios litúrgicos no propios del sacerdote, incluidos servicios del altar, ser lectoras o acólitas -como curiosidad, añadir que los acólitos no visten dalmáticas, que sólo pueden llevar los diáconos, sino tunicelas, prendas que, en la liturgia antigua, correspondía a los subdiáconos, aunque popularmente se conozcan en la acepción citada-, como ha informado ABC de Sevilla.