Que poquito falta para que pase el carnaval, para que llegue el tan deseado Miércoles de Ceniza, dándonos la entrada a nuestro tiempo de preparación y reflexión para la Semana de Pasión. Y con la Cuaresma vienen también, en el mismo paquete, los bombardeos de ofertas de viajes para hacer una escapadita en esa semana que la mayoría de los mortales consideran vacaciones.
Todo esto viene a cuento de una pequeña anécdota que me ocurrió el año pasado, cuando en mi año de novata en Ciudad Real, un profesor quería poner un examen el Martes Santo. Como yo no soy de aquí, parte de la Semana Santa la paso en Córdoba, en Sevilla y en el pueblo de mi madre que se llama Torrenueva; por tanto pedí el favor de cambiar la fecha del examen ya que no podría venir a propósito desde tan lejos. Mi sorpresa fue cuando mi profesor me dijo delante del resto de la clase que el Martes Santo no existe, que si quería ir a ver procesiones que me fuese a partir del Jueves Santo, que es periodo no lectivo. Como ustedes comprenderán sentí una gran falta de respeto hacia mis creencias, y es a raíz de ese momento cuando me surge la siguiente reflexión.
Me preocupa la idea de que se esté perdiendo el verdadero significado de la Semana Santa. En algunas ocasiones da la sensación de que es una simple tradición más que un periodo de oración y meditación. Mucha gente se lo toma como unos días de descanso, y es respetable, cada uno se acoge a creer o no creer y aprovechar esos días como quiera, pero lo preocupante es que esa idea de vacaciones y días de relax se propague entre nosotros los católicos. Y si hay algún culpable en este asunto, discúlpenme que les diga que somos nosotros mismos. La sociedad es el conjunto de seres más influenciable e influyente que existe en este planeta.