Este es uno de los artículos más personales que escribo, considero que contar mis vivencias de pequeña, y de no tan pequeña, tiene un trasfondo personal; sin embargo, aludir a un sentimiento concreto tras una caída, tras un impacto contra la realidad, eso es mucho más difícil.
Muchos me dicen que no hable de ello, que cuanto menos gente lo sepa, mejor, pero para mí escribir es mi desahogo y ustedes, lectores míos, sois mi ungüento, la simbología del Espíritu Santo tocando mi persona.
Quiero poner en conocimiento de todos que estoy pasando por uno de los peores momentos de mi vida, sé que no se me ha ido nadie, sé que no padezco una enfermedad que me limite cada día, pero tengo una falta total de creencias, de creer en mí y de la poquita esperanza que tenía en la sociedad.
Por el hecho de nacer mujer, algo que no elegimos, que nos viene dado, ya estamos expuestas a demasiados riesgos. Me sentí humillada, nunca pensé que pudiera llamársele “hombres” a ciertas personas, no imaginé que las calles de mi Córdoba, que me ha visto crecer, reír, llorar, besar y enamorarme, no sean para mí una alternativa viable, no concebía la idea de su mano sobre mí, de mi paso acelerado, aquella gente mirándome, mi cabeza les gritaba pero mi boca no articulaba palabra alguna.