Anoche la Real Iglesia de San Pablo se convirtió en marisma. Se transformó en una pequeña aldea sencilla donde el centro de todo era la imagen de una Madre, una Madre que cada año sale al encuentro de sus hijos. Todo gracias a la magnífica palabra de D Rafael Barón Jiménez, pregonero del XXXVI Pregón de la Hermandad del Rocío de Córdoba.
Si los rocieros cordobeses ya esperan con impaciencia el jueves de la salida para comenzar el camino, el pregonero transmitió que el camino del hijo rociero empieza desde el mismo momento que la Reina Marismeña entra en su ermita después de visitar a cada uno de sus hijos. Continuó dialogando con la Señora, preguntándole qué podía ofrecerle, donde Rafael hizo alusión a los presentes que cualquier cordobés puede entregarle, sin embargo Ella ya posee una cosa, el corazón de la propia Córdoba.
Porque para él, Córdoba es rociera, y cada año se transmite con la multitud que se acerca a ver el Simpecao. Ese Simpecao que tras recorrer un duro y pesado camino, llega al oasis con la alegría de compartir con los hermanos.