La realidad es una. No hay más. Podríamos acudir al sistema cartesiano para someterla a duda y, a partir de esa premisa, querer vivir en dos, tres o miles de realidades que se ajusten a lo que más nos convenga en cada momento. Es una forma de alcanzar lo que todo hombre -por el mero hecho de serlo- busca: la felicidad. Sin embargo, esa felicidad ni sería completa ni sería real, pues esa realidad conveniente, como cualquier otra, se sometería a duda, a sospecha.
Hace unos días un partido político emergente nos mostraba su concepción "real" de las cosas y, en ella, Iglesia y cofradías no salen muy bien paradas. Hay voces que apuntan a una vuelta triste al pasado republicano del ´31, a la persecución, a llamar a las trincheras, al miedo a perder lo que tanto nos costó conseguir. Y hay otras que ven, en su realidad, que las hermandades y sus protestaciones públicas de fe resultan cuanto menos un anacronismo.