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domingo, 1 de febrero de 2015

De Historia y Vida de la Semana Santa: De inmatriculaciones y propiedades


En 1736, siendo obispo de Córdoba don Tomás Rato y Otonelli, se erigió en la plaza de la Compañía, por entonces conocida como Corral de los ahogados, el Triunfo de San Rafael que aún a día de hoy preside la céntrica plaza. El coste fue sufragado con las limosnas recibidas al efecto, todo ello promovido por el P. Maestro Juan de Santiago, perteneciente a la orden de la Compañía de Jesús (tal y como lo fue el P. Juan Bautista Caballero, quien promoviera la erección del Triunfo del Puente; nada de romano, por entonces, tal y como ahora.

La estatua fue tallada por Juan Jiménez, según nos recuerda don Enrique Redel, siendo lo restante del monumento obra de Alonso Pérez, cantero oficial de Córdoba. Como era habitual, la estatua estaba dorada y aún hoy en día se encuetra sobre cuatro columnas de alabastro, las cuales estuvieron en su día cercadas por una verja de hierro cuyos cuatro ángulos mostraban cuatro faroles. 

A sus pies una inscripción en latín reza desde su erección (en su cara norte): "A Dios Óptimo, Máximo - El Colegio de la Compañía de Jesús, con su propio favor y auxilio, levantó este monumento en el año de 1736 al Santísimo Principe Rafael, jurado Custodio de Córdoba, Arcángel constituido en guarda de la Ciudad, Protomédico por cuya poderosa medicina Córdoba permanece, permaneció y permanecerá en lo sucesivo salva".

En su cara sur, la inscripción anunciaba: "La piedad del venerable Padre Maestro Juan de Santiago de la Compañía de Jesús en este su Colegio dedicado a Santa Catalina Virgen y mártir, erigió este monumento al Ángel Rafael Custodio de Córdoba".

¿En quién recae, cerca de tres siglos después de su erección, la propiedad de este monumento? Tal vez a nadie se le escape que a todos los cordobeses. Tal vez alguien piense que a la compañía de Jesús, que fue quien la elevó. Y puestos a rizar el tirabuzón, tal vez alguien piense que la propiedad recaería hoy en día, en los herederos (que no descendientes), si los hubiese, del propio P. Juan de Santiago. 

Alguien diría que la propiedad es de los cordobeses, aunque también otros dirían que sólo de los cordobeses católicos, pues fue la fe la que motivó las limosnas y quienes lo pagaron. Y ya, puestos a filosofar, quien podría pensar que el monumento pertenece a los católicos de todo el mundo, puesto que el hecho de que los antepasados de hace casi trescientos años de un portugués, por poner algún ejemplo, no vivieran en Córdoba, no es motivo suficiente para arrebatarle parte alicuota de su propiedad.

En fín, la propiedad tal vez no esté clara. O tal vez sí. Depende a quién se le pregunte, claro está. Tan claro como que el Ayuntamiento pretende inmatricular el monumento (le saldrá bastante barato pues el monumento hace tiempo que perdió la verja y los faroles; por cierto, ¿se imaginan tener dos Cristos de los Faroles?), así como el resto de Triunfos e incluso el Cristo de los Desagravios y Misericordias (sí, sí, el de los Faroles. Es para no liarnos). 

Tal vez en ese momento comencemos otra guerra, la de la inmatriculación, ya que por su parte la de la propiedad, que lleva casi trescientos años dirimiéndose, sigue resolviéndose a favor de todos los que adoramos pasear a su alrededor.











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