En el artículo de este viernes, primero post-navidades, me gustaría
relacionar en un artículo mis dos mundos por excelencia: la educación y las
Hermandades. No se crean que me han sentado mal los polvorones; ya que a priori
pueden preguntarse… ¿Qué tendrá que ver la Psicología con las Hermandades? Como
el tocino y la velocidad, pensarán…
Nada más lejos de la realidad. Ciertamente,
la Psicología está, o más bien, ha de estar presente en todo grupo social: la
familia, los amigos, el trabajo, el colegio o el instituto… y también en la
Hermandad. Los profesores, los cabeza de familia o los jefes de las empresas
han de tener una capacidad indispensable en relación con el grupo que tienen a
su cargo, se trata de la capacidad de gestión de grupos. Realizando el símil,
parece claro que la figura del Hermano Mayor es la que ha de tener desarrollada
esta capacidad. Y, aunque es cierto que en gran medida el máximo responsable de
una Hermandad es quien, partiendo desde la asignación de los distintos cargos,
gestiona su Junta de Gobierno y la Hermandad en consecuencia, no es menos
cierto que ha de estar respaldado y rodeado de gente capaz de gestionar el
patrimonio humano de la Cofradía. Es decir, no es de recibo que sea una tarea
que competa exclusivamente al Hermano Mayor de turno.
¿Y qué es esto de gestionar el
grupo, en qué consiste aplicar la Psicología en las Hermandades? Quizá estemos
habituados a oír hablar de la gestión de grupo en el campo semántico del
deporte, cuando la relacionamos con la capacidad de los entrenadores de lidiar
con los egos del vestuario, tener mano izquierda y mano derecha, saber
dirigirse a l@s jugador@s... En definitiva, tener la capacidad de crear un
ambiente saludable, en el que cada pieza del equipo se sienta importante y sea
capaz de rendir al máximo estando, además, feliz. Extrapolándolo al terreno de
una Hermandad, habría que comenzar porque cada miembro de una Junta de Gobierno
se sintiera a gusto con sus responsabilidades y obligaciones, siendo consciente
de que su trabajo, aunque no perfecto, gusta a los demás, y teniendo la
confianza suficiente para hablar durante las reuniones, en un clima adecuado, sobre
temas que pueden resultar conflictivos. Si algo hay que evitar a toda costa es
sobrecargar a las mismas personas con demasiadas tareas y responsabilidades, y
además no reconocerle su labor, porque normalmente el resultado siempre es el
mismo: miembro de Junta quemado = dimisión, y a empezar de cero. Y partiendo
desde una Junta de Gobierno en la que existe un clima relajado y de trabajo,
esas buenas sensaciones transpirarían a otros ejes de la Hermandad: Grupo
Joven, cuadrillas de costaleros, capataces, hermanos en general…
En las áreas relacionadas con
Psicología, y en general como nota constante en todo el currículum de la
Carrera (para quien no lo sepa, estudié Magisterio), nos repetían una y otra
vez que “no existen las fórmulas mágicas”, es decir, que un mismo
procedimiento, una estrategia psicológica o un tipo de actividad no tiene por
qué servirnos ni si quiera en circunstancias parecidas. Pero yo siempre pensé
que el llamado refuerzo positivo, de la rama conductista de la Psicología,
tiene algo de mágico. Y fíjense que el conductismo es una corriente más bien
marginada, al menos con respecto a la educación. Y bien, ¿qué es eso tan raro
del refuerzo positivo? ¿Es complicado de hacer? Fíjese que es algo tan sencillo
como decirle a alguien lo bien que ha hecho algo. En los colegios, estamos
acostumbrados a ver alumnos con comportamientos disruptivos, que tratan de
llamar una y otra vez la atención portándose mal. ¿Saben una muy posible causa?
Viene desde los hogares. Cuando un niño es especialmente travieso o inquieto,
lo primero que hacen sus hábiles papás y mamás es grabarle a fuego una frase en
el alma: “qué malo eres”. La triste consecuencia es que el niño termina por
creérselo, y se comporta de esa manera. Hay que demostrarle el cariño
constantemente, y, muy importante, reconocerle los méritos en lugar de afearles
en exceso y de malas maneras los deméritos.
Puede usted pensar que ese tipo de
actitudes sólo se producen en niños pequeñitos, y que personas maduras no
pueden dejarse influir por cosas así. Y yo les digo… ¡Já! Como si no
estuviéramos acostumbrados a escuchar… Los costaleros se escaquean de cualquier
culto, o a conflictos del estilo: tú no haces nada y sólo quieres figurar, o “siempre
aparecen los mismos”, y las consecuencias son precisamente esas. O las críticas
desmedidas ante un liviano error, con la consecuente vergüenza que puede sentir
quien yerra y, por ende, el miedo a equivocarse en situaciones venideras.
Incluso, fíjense lo que les digo, algo tan evidentemente sencillo como dejar de
reconocer el trabajo de quien cumple su función adecuadamente, es una causa que
puede desembocar en conflictos futuros, y va a resultar, a ciencia cierta, improductiva.
Hay que darle la vuelta a la tortilla y, en lugar de señalar con el dedo,
cuchichear a las espaldas y buscar líos, es necesario elogiar la virtud y
reconocer cuándo un trabajo está bien hecho, hasta cuando no se trata de
nuestro amiguito o nuestro compadre. De esta forma, nos estaremos asegurando
miembros de Hermandades motivados y con ganas de seguir haciéndolo bien. Por
ejemplo, si un miembro de una Junta aparece muy de vez en cuando al montaje de
pasos en cuaresma, por “x” razón, no cuesta ningún trabajo acercarse dos
minutos un día que esté y decirle lo contentos que estamos de verle por allí.
Si es usted escéptico –que puede serlo-, piense en términos de probabilidades.
¿Cuándo es más probable que ese hermano vuelva a aparecer por allí, si recibe
cariño y es consciente de que los demás se alegran de verle, sintiéndose además
importante; o si la respuesta que recibe es indiferencia, o incluso escucha
comentarios como: cómo se nota que es cuaresma, sintiendo que la Hermandad va a
salir con o sin él/ella y que, por tanto, no pinta nada allí? Porque además
todos servimos para algo en una Cofradía, ¡como si no hubiera tareas!
Carpintería, limpieza, sacar dinero como buenamente se pueda, costales, apoyo,
barras, manejo de redes sociales, relaciones públicas… Cada persona es buena
haciendo algo, y ahí es donde hemos de saber reconocer las virtudes de cada
cofrade. Nadie es perfecto, todos tenemos nuestras imperfecciones, pero sin
duda lo más importante es que entre la gran cantidad de personas que pasan por
una Cofradía exista una complementariedad.
Puede resultar tentador decir… Sí, pero es que
este o aquel mete la pata demasiado a menudo, la situación es irreconducible y
la única salida es que dimita. Puede ser, igual que en la educación
lamentablemente hay niños a los que sólo podemos ayudar hasta cierto punto,
porque si andamos junto a ellos dos pasos, en casa se desandan catorce. Pero al
menos hay que intentarlo, ya que va en el sueldo del maestro, y también ha de
ser responsabilidad de los dirigentes de las Cofradías. En realidad, una
Hermandad es un grupo social más, uno muy especial de hecho, capaz tanto de
estrechar lazos que duren toda la vida como de achicharrar y calcinar a cualquier
cofrade. La Psicología tiene mucho que ver, juega un papel determinante en el
funcionamiento de una Cofradía. En mi opinión, aparte de no seguir a Jesús sino
a otros “dioses”, la ausencia de Psicología es la principal causa por la que se
producen las situaciones estrambóticas que cada vez estamos más acostumbrados a
observar en nuestro mundillo.
José Barea
Recordatorio Verde Esperanza: Ver, escuchar, reflexionar y callar