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domingo, 22 de marzo de 2015

Entre la Ciudad y el Incienso: Anuncio de Viernes Santo


Blas Jesús Muñoz. Crujen las manecillas del reloj y la madrugada marca su pulso pardo como una grieta que se abre en la tierra, en cualquier parte. Cruje la madera sobre la Cruz que lo ase en San Hipólito. Los balcones esconden su reflejo del Parasceve, cuando comienza el Viernes Santo. Las calles enlutadas lo esperan, tensas ante la muerte que se muestra en su piel de miles de hombres que son uno solo en su Alianza renovada.


Transitan entre las sombras quebradas por los cirios que crepitan con su promesa ancestral de lealtad. Las calles se estrechan a su paso, queriendo prestar su arquitectura como un abrazo definitivo. La madrugada se pierde en la silueta sacra del Cristo de la Buena Muerte. El amanecer se promete en el rostro exacto de la Reina de los Mártires, en el punto exacto de mayor oscuridad.

La ciudad no se parece a nada que fuera antes. El tiempo se ha roto a su paso. El alma se ha quebrantado en las cuencas de miles de plañideras. Ya es Viernes santo. Y la urbe se encuentra consigo misma, con su dolor antiguo, con todo cuanto la hizo reconocerse como es. Y es una hermandad transitando el tiempo marcado de la Muerte. La Cruz, la Reina y la vida que vendrá. Fe y contrición se guardan en el Crucificado que, con su Buena Muerte, nos advierte del sentido de todo aquello que nos rodea.











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