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sábado, 21 de marzo de 2015

Entre la Ciudad y el Incienso: Dios en el corazón


Blas Jesús Muñoz. Eres el Dios de la ciudad, de miles de ciudades, hombres y mujeres que llevan tu marca en el corazón grabada como un fuego perpetuo, indeleble. Eres un solo hombre, Verbo encarnado, que viene del cielo y miras a la tierra porque en ella, sin ellos saberlo, están los que te importan. Eres un paradigma, un axioma que crece por dentro, mientras el asombro deja paso a una emoción inexplicable, a las lágrimas, al nudo en la garganta, a las mariposas en el estómago. Porque te acercas y nos miras como a iguales, aunque tú seas más sublime.

Eres el canto silencioso de la gente. La letanía que se lleva por dentro, donde las tripas se retuercen. Eres quien espera al atardecer, en tu casa, esperando recibir a una mujer a las que las arrugas no restan un ápice a la viveza de sus ojos, a los que se escapa una lágrima mientras te mira en silencio. Eres la sonrisa de un niño, la mañana de un Lunes Santo, cuando por primera vez te besa la mano y su inocencia sabe que está ante ti, tú que lo eres todo.

Eres hombre y eres Dios. Un misterio de vidas que confluyen en ti porque te pasas la vida asido a la Cruz, esperándonos para regalar una ternura quieta que te arranca los oropeles del alma. Eres el hombre que camina hasta que el amanecer nos roza, con la zancada potente, el paso firme que porta el dolor de cuantos te necesitamos. Eres la conversación de cada noche, el confesor de cada problema, la alegría compartida cuando el acontecimiento la merece. Eres tantas cosas que podría pasar la vida escribiéndote y no tendría fin ni años ni adjetivos. Eres el Dios de otra ciudad que hice mía porque tú estás en ella, en esta, en cada rincón cada día. Eres mucho más que la Imagen. Eres Dios, en el corazón.









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