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sábado, 4 de abril de 2015

La Semana Santa que se acaba


Blas Jesús Muñoz. Es una sensación siempre amarga la que dicta el ocaso de tardes inacabadas que vienen a devenir en la que transita hacia la muerte. Una liturgia de la despedida que languidece en la bóveda celeste de los días que se miden, a esa altura del pensamiento, en los pretéritos -perfectos o imperfectos- de un indicativo que nos busca en el tabernáculo del alma.

El Viernes Santo rinde su bandera de muerte y, mientras se enluta la ciudad a la altura misma de los capirotes que custodian el Sepulcro, la Semana Santa anuncia su final a expensas de la Resurrección que la dotará de la amplitud de su sentido.

Una mirada vertical para una historia horizontal. Una profesión que se contiene tras el antifaz, entre las aristas de las Cinco Cruces, en el vértice de la candelería que solo aspira a alumbrar el Duelo de modo efímero. En las calles que solo buscan su Catedral para alcanzar su trazo de salvación. En los cirios que encuentran en su altura el camino que marcan, la senda de luz que le sirve de guía.

El nazareno apresura su paso, mientras carga el peso de sus pecados, sus temores, su pequeña dosis de pasión voluntariamente aceptada. Camina sin mirar atrás porque la redención definitiva está ante él, ante sus ojos que indagan en cuanto le hizo llegar hasta ese momento. Piensa en quienes ya no están, quienes no le pueden acompañar en la distancia física, pero sí en la emocional.

La Semana Santa termina a su paso, de alguna manera, pero es feliz en ese instante porque es consciente que ha cumplido con su obligación y que, por una vez, la batalla que ha librado contra la ceguera de la muerte la ha vencido, pues en su final lo espera la luz perpetua que no conoce de espacio ni tiempo.


@BlasjmPriego
Fuente Fotográfica



Recordatorio La Crónica: La luz del Viernes Santo






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