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viernes, 24 de abril de 2015

Verde Esperanza: Cómo han pasado los años…


Cualquier tiempo pasado fue mejor, dice el refrán. Siempre he considerado que esta afirmación tenía poco de positiva y mucho de acomodada, pero pasada esta Semana Santa es un pensamiento que me aborda con frecuencia. Quien me conozca sabrá que apenas me he adentrado en la veintena, y quizá resulte atrevida la línea argumental del artículo por aquello de hablar sobre cómo era la Semana Santa hace unos años, y cómo es hoy en día respecto a ello.

Como siempre hago, trataré de ofrecerles una visión propia de los hechos, que además tengo la impresión de que es un mal común en la gran mayoría de lugares con Cofradías en la calle. Le doy vueltas y vueltas, ¿cuánto ha cambiado nuestra Semana Santa con respecto a hace 15, 20 o 30 años? Pongan ustedes la cifra que quieran. Antes no había redes sociales, y la LOGSE macarena no había hecho supuestos estragos en la juventud. Tampoco había doscientas bandas por ciudad de las que hacerse hooligan. Tengo dudas sobre el mundo del costal, no sé si estaría tan contaminado como hoy en día, donde en la práctica es un lobbie más de los que contiene una Hermandad. Con respecto al público, me cuesta pensar que hubiera la desfachatez y la, entre usted y yo, poca vergüenza que hay hoy en día, sean mayores o menores.

Los pasos son mejores, la imaginería ha avanzado mucho, el patrimonio artístico en general ha crecido indudablemente, incluso se podría decir que hay una mayor concentración de bandas de calidad que hace unos años. Lo de externo ha ido enriqueciéndose, pero… ¿Qué hay de lo que no se percibe, o a veces de lo que directamente sí que se ve o escucha? Hace varios años en mi ciudad los comercios apagaban sus luces al paso de la Hermandad del Silencio y del Santo Entierro (que yo sepa, igual había alguna más). En la actualidad, no sólo los comercios desarrollan su actividad a pleno rendimiento a pesar de que una Hermandad de negro –como si es de amarillo pollo- pase por sus puertas, es que he llegado a ver cómo se celebraban con griterío y bocinas los goles de la final de la Copa del Rey mientras un paso cruzaba plena Carrera Oficial. Incluso tuvo que cambiarse –acertadamente o no, me guardo mi opinión por ahora- la anterior Carrera Oficial de mi ciudad porque los camareros del local hostelero de turno no dudaban en invadir las filas de nazarenos para atender a la mesa de en frente. Por otra parte, y no sé si hace años sucedía, por las calles de mi ciudad en Semana Santa se observan pequeños grupos con edades que oscilan entre niñ@s que apenas han dejado el período de lactancia hasta mozalbete@s con una edad considerable, organizados en pequeñas camarillas que cruzan en todas direcciones los cortejos sin ninguna pulcritud, y más de una vez tanto de ida como de vuelta, comiendo pipas y contándose el chismorreo adolescente de clase de la semana anterior. De verdad que me cuesta pensar que hace 25 años esto sucediera sin que alguien te diera una voz y te exigiera respeto. Y lo peor es que si se tratara de hacer eso mismo en la actualidad, igual el que da la voz se lleva un par de leches de los papis de turno, que permiten a sus hijos deambular por las calles sin saber qué hacen ni a quién molestan.



Hace unos años, como comentaba anteriormente, no había redes sociales ni Instagram para que el cofradito de turno se hiciera fotos “selfie” en el baño de su casa vestido de nazareno, o directamente en la calle con el amiguito que viene a posar como si se tratara de un disfraz de carnaval. O el costalerito de turno subiera una foto de su pobre cuello lastimado al terminar una estación de penitencia. Todo… ¿para qué? ¿Qué se pretende demostrar? Me hace gracia que realizar estación de penitencia se convierta en motivo de ostentación personal, más que gracia me da pena, pero ya saben que uno termina riendo por no llorar. ¿Es la culpa de las redes sociales? Evidentemente no, el mensajero nunca es el culpable –tomen buena nota, por cierto-. En otras ocasiones, cuando he criticado actuaciones que se realizan en nuestros días contraponiéndolo a otras llevadas a cabo hace muchos años, el argumento en contra que he recibido es que antes sucedía de forma similar o peor, pero que no estaba el informador casual de turno para dar testimonio de la atrocidad correspondiente. Puede ser, no lo dudo, ya les digo que no tengo una edad que me permite cuestionar a quien afirma eso. Lo que está fuera de toda duda es que los tiempos han cambiado, y lo que antes se toleraba porque igual sólo trascendía entre dos o tres, hoy día es de dominio público antes o después. Todo el mundo tiene una camarita y puede inmortalizar al nazarenito de turno (sé que he repetido la expresión “de turno” en demasiadas ocasiones) que le deja el capirote a su amiguita para hacer la gracia. Otro tema es el de las famosas GoPro, pero ese me da para otro artículo enterito así que me lo reservo, pero es otro mordisco más en la línea de flotación del respeto hacia una Cofradía; no puede ser que alrededor –cuando no encima- de un paso haya más palitos y camaritas que ciriales lleva delante el mismo.

Puede parecer que con este panorama que les estoy presentando las Hermandades quedan como víctimas y exentas de toda culpa. Para nada. Es más, pienso que el peor enemigo de la Semana Santa no está fuera, sino dentro, lo he dicho más de una vez. Las Hermandades, por el motivo que sea –dejadez, miedo al conflicto, ignorancia…- son responsables directos o indirectos de muchos de los males que las asolan. Se lo trato de ilustrar con ejemplos. En el momento en el que se decide que un paso que iba en silencio pase a llevar acompañamiento musical cornetero porque así “atraen a más costaleros” se está fomentando el frikismo musical y el hecho de que se le preste cada vez menos atención al que va arriba y más a la ¿afición? del costal y de las marchas. En el momento en el que no ofreces una formación católico-cofrade de calidad a los más jóvenes que se acercan al ámbito de una Hermandad se está promoviendo que muchos nazarenos, costaleros y demás cofrades no tengan ni puñetera idea de lo que significa poner una Cofradía en la calle y su razón de ser, la estación de penitencia. En el preciso instante en el que se decide una cruceta musical inadecuada para el paso de palio o de misterio de turno, se dan ánimos implícitos a que el público aplauda cuando y donde no debe aplaudir, sea la Hermandad que sea, tenga la idiosincrasia histórica que tenga. Al cerrar las puertas, tapiar las ventanas de una Casa Hermandad –simbólicamente hablando- y tomar las decisiones de una Hermandad de una forma translúcida, cuando no opaca, se genera un clima de tensión y desconfianza para el que no debería haber lugar en una Cofradía, con los consecuentes dimes y diretes que afectan a esa corporación. En cuanto llega el día en el que una Cofradía no se hace respetar en la calle y todo vale para conseguir el aplauso fácil, luego no se puede pretender que el público muestre respeto y se cree un clima de religiosidad y oración en torno a una estación de penitencia.

Decía al comienzo del artículo que podía resultar atrevido hablar del pasado no teniendo una edad que me permita hablar con el 100% del conocimiento de causa, pero le confieso que conforme he ido redactando el texto, me he autoconvencido más de mis razones. De todos modos, si usted posee una edad –también si no- que le permite opinar del tema desde su experiencia y aportar una visión distinta, le agradecería que dejara un comentario en esta misma página. Desde luego yo pienso que… Cómo han pasado los años, y dudo de corazón que haya sido para bien.

José Barea.









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