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viernes, 19 de junio de 2015

Enfoque: ¿Hacía falta una Magna?


Blas Jesús Muñoz. Las preguntas a priori son mejor que a posteriori, cuando está todo el pescado vendido y ya no existe la emoción de que puedas equivocarte. De hecho, no hay emoción posible porque las respuestas que uno tiene -para uno mismo- son inmutables y, si se cambia de opinión, se justifica con cualquier argumento que para eso uno es voluble como el elemento químico en estado gaseoso.

No sé la respuesta universal, seguramente, porque no la haya, pero no puedo dejar de pensar que los grandes fastos suelen marcar el punto álgido de cualquier civilización justo antes de su ocaso. Una especie de órdago ante el final conocido y, las cofradías, comienzan a ver el suyo en el espejo de las calles donde no hay respeto, las masificaciones se concentran en determinados puntos y los móviles hacen las veces de la nueva cera que ni arde ni con su aroma digital nos invita al recogimiento.

No se cambiaron las pipas por el teléfono inteligente, o por la cámara de fotos impertinente delante de los pasos. Todos los elementos conviven en una danza tribal, absurda, que en nada se asemeja al trasfondo que subyace. Aunque el sustrato lo olvidaron, para empezar, quienes dirigen y, en algunos casos, quienes dan su consejo espiritual (que de consejo puede interpretarse en advertencia y de espiritual tiene el nombre).

La Magna, la Regina de las procesiones, probablemente, no hubiese sido necesaria, de no ser por el acoso y derribo al que durante estos últimos años se ha instaurado contra la Iglesia. Expresar una opinión que, en off, está consensuada demuestra que, en on, cuando todos callan por algo será. Miedo, temor, rictus pusilánime. No me cabe duda. Como tampoco de que la valentía se nos escapa por las redes sociales donde somos heraldos de la verdad, pero llegada la hora nos ponemos de perfil como el canto de una moneda que pasa desapercibida junto a un objeto metálico.

La Magna solo era necesaria para quien saldrá a ella a disfrutar, ajeno a todo lo demás. Intentan justificarla con la afluencia de público y el empujón económico para la ciudad. El mejor argumento del peor político. La economía justifica la necesidad de la religión. Un argumento vergonzoso y vergonzante, pero tranquilos que nadie se corta en usarlo porque, seguramente, no saben otro y como ése es el que les han enseñado mueren como espartanos con él.

El modelo más reciente, dos años ha, fue un soberbio desastre por más público que acudiera y por más que uno lo repita da igual. La Magna, no se confundan, es para algunos una forma de dar alpiste a su ego que es como el de un canario en tamaño porque nunca antes tuvieron la oportunidad de demostrar nada.










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